Crónicas | Babilonia fue una fiesta - Por Teober Lorrat

En el preciso momento en que el cíclope de cristal ya devoró las ambiciones y los modelos de ficción se repartieron cual estampitas, alimentando los deseos frívolos y débiles que exhibe la crudeza de la posmodernidad; en ese significativo instante, comienzan a escucharse otras voces que desgarran el fútil prejuicio que anuncia una juventud perdida y presa de demonios del pasado.

Casi escondidos, pero conscientes de que la luna será testigo del momento, ellos – que no son muchos, pero juntan varias copas para brindar – aguardan que los cristales se besen para dar lugar a la música, que robará durante extensos minutos la mirada de los que nacimos para estar frente al escenario y no sobre él.

La ciudad de los pibes sin calma

La sonrisa lo identifica y el cálido ambiente anuncia que no estamos allí para ver un recital, sino para respaldar las movidas genuinas que tratan de sembrar nuevos recorridos culturales por fuera de los círculos ya establecidos, que poco tienen que ver con una expresión artística pura.

Una cerveza yace moribunda sobre la barra mientras la gota que serpentea por el vaso se arrastra lentamente hacia la madera sabiendo que no le aguarda la muerte, sino una metamorfosis extraña que la convertirá en un pequeño charco. Tal vez de eso se traten estas iniciativas que, como gotas solitarias, surcan el terreno buscando secuaces que quieran acompañar el desafío para regar con otra frescura una realidad que se empecina en dosificar el placer.

Y ahí está él, con la guitarra sobre las piernas, una mueca de alegría en el rostro y la voz poderosa nadando en un cancionero a la carta en el que cada quién elige el tema que sigue. Mariano el Cholo Bazzetti sabe jugar sus cartas y lo demuestra en cada intervalo. Sobre un costado, Bob Marley sonríe en un cuadro inmenso –que te mira fijo sin importar dónde te ubiques – y celebra la velada. Las paredes inmortalizan a varios más y sus rostros desnudan el espíritu del lugar. Babilonia resurgió, como el ave fénix, de sus propias cenizas.

Otro que sonríe y agradece es Diego, el inventor de este universo que hoy celebramos inundar. Levanta los brazos y en un gesto preciso nos invita a no irnos nunca más de esta filosofía de vida. Estamos felizmente atrapados en esta mágica y peligrosa forma de concebir aquello que nos rodea; la magia germina y se esconde en estos espacios de resistencia que juran entre sus baldosas no desaparecer, mientras que la peligrosidad acecha como la inyección latente de saber que desde aquí – en estos grotescos arrabales de la urbe – le quitamos el protagonismo a las estructuras prefabricadas que intentan imponerse como regla madre.

«El arte es la piel que me cubre y que también me quema».

La guitarra cambió de manos y endulza nuevas canciones que resumen nuestra existencia allí. Juan José Castelli sabe lo que hace y disfruta el momento. Desde este otro lado, no nos queda más que aplaudir. Pasan las cervezas, los vasos mueren y resucitan, y en el fragor que la vorágine de la ciudad propone, agradecemos –sin decirlo – encontrar un refugio para escapar del mundo.

Allí, en el subsuelo, donde según las profecías se ocultan los que se portan mal, allí bailamos sabiendo que, por algunos instantes, fuimos los dueños de la noche. Nadie saldrá en nuestra defensa, pero la luna sabe que estas líneas no mienten.

             
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3 Comments Join the Conversation →


  1. Anónimo

    Hermosas palabras! Los banco en todasd…. amor!

  2. Ariel

    Me quedo con el sabroso abrazo de la gente que convive en esta frecuencia. Lo demás se esfuma o me lo fumo

  3. No a los politicos

    Nos quieren cerrar!!!! en los lugares donde nos animamos a ser nosotros. Dejense de joder, de complacer el viejochotismo venandese que alimentan a las botas que siguen puestas en esta ciudad conservadora. PUTOOOOS

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