La cultura del rock, como un estallido, irrumpió en la historia y la fue siguiendo desde sus venas, acumulando toda la espesura de su tiempo, y se multiplica, a su vez, para generarse en infinitas manifestaciones, indetenibles partículas que se sueltan del núcleo, pero que nunca abandonan la astronomía de su centro.
1. Ahí, donde no hay luz, está lo clandestino. En eso que por alguna circunstancia no se mira. Pero no por eso deja de actuar, de desprenderse de efectos: una fuerza, por inadvertida, no deja de manifestarse en la sincronía general de las fuerzas y, en ese curso determinado, aparecen también sus restos. Sombras que deambulan como sombras de los procesos históricos, atajos de impresiones que transcurrieron en el tiempo, reproduciéndose unas con otras y, finalmente, revelándose entre las épocas, atrapándose en nuevas formas, descubriéndose en otros lenguajes, pero encarnando (llevándolo a cuestas) ese origen de sombra que se dibuja en una pared de fondo.
Podría decirse, entonces, que el rock es una música clandestina: nació en las sombras y en las sombras fue sobreviviendo, insistiendo en su vocación, agitando y agitándola, irreprimible, moviéndose como una víbora por la historia, esquivando las represiones, las patrullas policiales, las censuras del mercado, la ambición de los empresarios discográficos, la frivolización de la prensa y la asechanza desconfiada de la democracia de las farándulas. Un hito seminal que subsiste, alimentándose por debajo de la maquinaria industrial que se montó en su superficie. Más allá de los ránquines y de los criterios de asimilación del mercado. Una clandestinidad forjada en la creación sostenida de los artistas que abrevaron en su seno, que hicieron música como una forma más de expresión de una postura más amplia y multívoca.
Desde el momento mismo de su alumbramiento definitivo, durante los años sesenta, mientras el mayo parisiense conmocionaba la Europa de los notables que hacían las guerras, el hippismo inundaba el mundo con sus consignas de amor y paz, las flores se clavaban como tapones en la boca de los fusiles policiales, las Panteras Negras dejaban de estar agazapadas y lanzaban su zarpazo reclamando el poder negro en el corazón de los Estados Unidos, los estudiantes de Tlatelolco amenazaban el orden consagrado en las plazas mexicanas y el alarido de la revolución cubana, esa revolución hecha por jóvenes insumisos contra la estructura social de dependencia en una pequeña isla caribeña, condenada por el imperialismo al atraso y la degradación, se extendía por toda América y se mezclaban con las noticias entusiastas de la resistencia vietnamita; reunidos en un único grito por la libertad, salientes de una sociedad asfixiada entre revoluciones conservadoras que imponían su tradición y su historia, mientras restringían la participación política de las mayorías, dictaminaban la exclusión legal de los sectores populares y bañaban con su solemnidad de salón todas las esferas de la vida cotidiana, intentando desgarrar todos los gestos marginales, las inclinaciones de esos sectores que incubaron sus modos y criterios –su tradición–, arraigados al territorio, materialmente nacionales.En el alarido del rock cabían los alaridos del indio desterrado y siempre perseguido, del obrero que sufría los castigos y revanchas inmediatas del gobierno oligárquico y militar, del detenido en una ronda y del hijo de inmigrantes condenado a la miseria y la subordinación. Fue una más de las formas en las que se capturó esa resistencia.
2. La marcha militar y las sanas costumbres de la nación bajadas como dogma esencial desde el Estado, asumidas como la melodía común que organiza las primeras instancias de lo vital: ese orden conservador se ahuecaba, y aumentaba más la represión y la persecuta como mayor era su impotencia.Ante esa gesta del orden, buena parte de la juventud fue adoptando esos sonidos advenedizos (como cualquiera que llega del ambiente y se reconoce) y esas nuevas experiencias, esa otra sensibilidad que se abría y que se filtraba a través de los discos y los conciertos, desde los libros y la práctica activa, desde las películas y las manifestaciones artísticas que se multiplicaban como exigiéndose en un grito.La misma intención volcada en el ejercicio militante, en la discusión permanente con lo dado y en esa búsqueda de la liberación, que forjó un modo cultural alrededor de un estilo de vida que pretendía romper con la formalidad de la vida adulta, esa que encarnaban las fuerzas policiales y militares que tanto acá como en el resto del mundo enfrentaban las movilizaciones y descargaban su odio, sellando con masacres sangrientas la conservación del orden.
3. Asumido desde ese principio como síntoma de transgresión, el rock fue tocado por esos jóvenes al calor de las crecientes agitaciones políticas y sociales desatadas con la resistencia peronista y las luchas obreras; estuvo marcado en ese principio seminal por su ruptura, casi fugitiva, con la tradición musical y, fundamentalmente, emergiendo como un otro (aunque, según se manifestó, no escindido del todo) también ante esa corriente artística que se presentaba como contestaría y revolucionaria, consumada en el «nuevo cancionero»: una música ligada a la sonoridad autóctona, vinculada directamente a las luchas reivindicativas de los pueblos oprimidos del continente americano desde una identificación inmediata. Se proponía como una negación de lo foráneo, una diferenciación radical: el modo de presentarse en el mundo –la imagen y el sonido provocados– cuidadosamente antagónico a lo invasor (el rock fue, precisamente, una de las tensiones que, recurriendo al acervo folklórico para nutrirse y multiplicarse, insufló nueva vida a sus producciones y contribuyó a vigorizar su campo de invención).
La cancelación de las sombras
4. Desde ahí también se pretendió combatir esa música de hippies indolentes, condenarlos (otra vez) a las sombras. Era una postura difícilmente asimilable para los que estaban inmersos en la dimensión más cruda de la lucha política: el universalismo intrínseco en el instinto libertario del rock funcionaba a destiempo respecto de la necesidad específica de enfrentar el orden semicolonial que colocaba sus representantes y reprimía todo viso de resistencia activa. El potencial revolucionario de la rebeldía del rock no tenía una función determinante en el presente político sujeto al cálculo pragmático: el militarismo de las agrupaciones juveniles, consecuente a esa agudización de las contradicciones, se contrapone al aura celestial y a la promesa del escape hacia los campos verdes que promovía en su momento el rock.
La acción llamaba al aquí y ahora, pero el rock tampoco desconoció esa invitación. Continuó su proceso, reconociéndose en esa oscuridad, avivándose en esa urgencia de la acción, en la desesperación del caos, abriéndose en diversas expresiones, dándole forma a esa nerviosidad popular que crecía, era arrasada, resurgía y resistía.
5. Los rockeros tuvieron muchas menos aprensiones que los exponentes de otros géneros para romper las barreras y tomar recursos de otras vertientes, de otros géneros aparentemente alejados y dispares; y de otras expresiones, practicando con énfasis el entrecruzamiento entre las artes, procurando desde la música una expresión global de la creación artística.
Su versión acústica, las reminiscencias a la música latinoamericana coladas en los temas de Arcoiris, la presencia de León Gieco, solitario, como un payador, como un milonguero, cantando canciones inspiradas en las historias de los pueblos oprimidos, recitando sus versos con suavidad, como si fueran un brazo más del folklore, prolongándolo, recuperando el signo artístico de la música que llegaba del extranjero, pero llenándolo con las vidas de estos pueblos, de los condenados a la expatriación en su patria, humillados y explotados, sometidos al imperio en duplicado: por ser subyugados por el orden semicolonial y por los representantes locales de esos intereses imperialistas.Era la posibilidad manifiesta de uno que toca sus canciones: que hace esa música de los jóvenes y dice sus cosas. Era joven, irreverente e irrespetuoso de toda normatividad. Era, en ese sentido, una creación genuina en busca de la diversión, del placer y de la expansión constante. Por lo tanto, del encuentro de otros órdenes.
6. Toda la búsqueda de esos otros tipos de relación, otras vertientes de la percepción de lo real y esa inmersión gozosa en la afinación del ambiente, se suelta de la imagen de unos veinteañeros haciendo una ópera rock con los textos de La Biblia; con los delirios del mariscal consagrados en los viajes de Crucis; con los gestos coagulados en Manal, ese tono autóctono del blues de las cosechas norteamericanas; y sobretodo, con esas otras capas de artistas distribuidos y perdidos en su actuación sobre lo cercano, anónimos en sí mismos, pero centro sustancioso de esa expresión, que sólo se permite el surgimiento y la exhibición de algunas.
La figura distinguida que consagra el repaso histórico sirve como punto de concentración de las tendencias que actuaron por lo bajo y permitieron su emergencia concreta. Es una expresión viva de una generación sacudida, que se lanzaba al mundo para vivirlo, y vivirlo plenamente.
La música de lo deforme
7. El rock era una voz desigual, incompresible, desorientadora, un equilibrio descompuesto en el orden de sonoridades imperantes y esperadas en el ámbito cultural de la Argentina. La tapa de Artaud, de Luis Alberto Spinetta, ya en el ’73, con su forma indefinible, deforme, el color verde ganando toda la portada, invadido de a poco por una mancha amarilla («¿acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte. El verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición, la decadencia?», dice la cita de Artaud, que le da cierre al disco) la referencia misma al escritor surrealista, al maldito, desde el nombre y desde el pulso mismo de la poesía de las letras, esas canciones con aliento operístico, semblanteadas en el lirismo y el virtuosismo de la ejecución, son la confirmación máxima, quizás, de esa vocación por la belleza, la exploración incontenible de esos jóvenes que encontraban en el rock la manera de formular su apetito por lo universal.Esa deformidad era, justamente, esa búsqueda de la expansión vital dentro de un contexto social y político ganado por el rigor de las disciplinas y la amenaza permanente de la muerte y el dolor para quien se sacudiera por demás.
8. Era una música de importación y, por lo tanto, sospechosa. Una música desconcertante por sus composiciones, por su rítmica embriagante y por sus letras originalmente cantadas en un idioma extranjero, siempre hostil e intruso. En plena época de cegado militarismo, de un férreo conservadurismo en las costumbres, de exacerbación de los conflictos y alta movilización popular, el rock emergía en la Argentina como una deformidad, un inconformismo burdo e imberbe, incapaz de capitalizarse en algo productivo, sólo pasible de nacer en esas sombras putrefactas de la sociedad, esos lugares perdidos entre las relaciones sociales, habitados por seres incapaces de adaptarse al ritmo de vida que marcaban las reglas convencionales: del orden o la lucha.
Esa marginalidad dentro de las tensiones históricas le permitió, en cierto punto, librarse de algunos compromisos a la hora del arrojo creativo. El rock asume su lugar en el mundo, se localiza en esa Argentina y desde ahí estalla, deslizándose por la realidad para dar testimonio de ella, para colocarle otra voz, hacer saltar otras capas apenas visibles, otros intereses, otro ordenamiento desemejante al de las tensiones urgentes.
El rock fue apropiado/inventado por un sector de la población que encontró en él una respuesta a las inquietudes que reverberaban en su interior; su disconformidad no se consolaba con la sola expresión de repudio desde las proclamas políticas y las reivindicaciones sectoriales: anunciaba una necesidad de expansión sensible, una gesta estética de afirmación, el deber de aquellos jóvenes de encontrar un modo de expresión que les permitiera desnudar ese ánimo agitado que renunciaba a aceptar los hábitos heredados, esa técnica aprendida de lo cotidiano, que tenía el rostro convenido, servil y complaciente del mayorazgo, de los ancestros oficiales que habían fraguado ese país impune e injusto, repleto de represiones y restricciones, sometido al régimen de existencia impuesto desde el ordenamiento colonial, un país de servilismo y privilegios, empachado de limitaciones en las posibilidades de extensión vital. Era, con eso, una música lujuriosa, de lo perverso y lo prohibido.
[El sonido de las sombras – Parte II]
El rock es pararse sobre el mundo y querer cambiarlo. Es un grito de libertad frente a un sistema que busca idiotizarte. El rock le grita al mundo y al poder su verdad. el poder escucha ese grito, lo graba, saca un CD, organiza una gira, vende remeras y espera que el rock vuelva a gritar.