Las tierras fueron invadidas por unos hombres elegantes, gentiles que llegaron con técnicas, ordenanzas y reglamentaciones, impusieron planificaciones e hicieron de cada cuerpo, un dígito; de cada brazo, una variable; de cada rostro, una ausencia. También establecieron un gobierno y subordinaron todo a su principio de propiedad; llamaron al suelo como suyo y con las alambradas marcaron límites. Por fuera, todo fue salvajismo, nada tenía destino, todo era lo inconducente. La muerte, en este caso, fue una aliada impostergable, un estadio en el camino ascendente.
Van llegando con ciudades monocromas y tras sus pasos se oyen los retumbos de un “no matarás…”
tienen hambre de su pan y acarician sus nuevas vicuñas para posar en las fotos:
al fin pueden oler tan mal y contar sus cuentos de amores y de paz en expediciones difusas
y estar a un paso -¡ya!- de sus aventuras del nada-importa
y estar sonriendo;
marcan con tiza sus alegrías, se cubren con lo que le facilitan y dan vueltas hasta alcanzar
unas cumbres que no hacen tanto pensar y dónde está ese polvo que se va cuando se bañan;
en caballos de metal asaltan sembradíos de indios y esclavos
su brazo sangrante pulió rutas en sus quijadas
festejan sin importar qué como bichos en las montañas macizas
y escuchan esa melodía que enseguida olvidan:
montan su función con la nueva escenografía y (por fin) conversan de sus manías odiando lo que pisan
¿a dónde estaban los inocentes que visitaron nuestras casas?
esos tímidos entusiastas que caminaban cabizbajos y una noche templada
dieron de tomar champán a sus esperanzas, alquilaron una pieza para jugar con su azafata
y golpearon tanto su frente en la mesa que ya no les quedó ninguna palabra
¿andan saltando tapiales intentando robar unas antenas juiciosas?
fueron a comer a restoranes de etiqueta y contaron con cuidado sus propinas
después subieron a su auto nuevo y rodearon sin parar una plaza y escupieron en un cantero, a escondidas
donde antes se sentaron mientas sus chicos jugaban;
no son los que montan bicicletas y burros de lenguas larguísimas que cruzan la noche como lechuzas:
pasan lameteándose por un tacho de basura al ver las ratas
y escuchan de lejos un canto de güiros entre las tinieblas frescas del humo descentrado
del cordón de esa plaza;
ellos dibujaron una gran verga a las risotadas en el monumento del prócer
y corrieron en la lluvia quemante esos colectivos escapando de algo:
¿estaban, en ese momento, descansando en su tienda de pucheros gordos, imaginando sus besos en el caribe,
paseándose en unas calles del centro siguiendo el olor de los porros encendidos con la nariz tentada?
¿dónde estaban cuando devino la polvareda y todos los caserones se granizaron?
cuando aparecieron esos que metieron en la urna una medalla del antepasado militar
y contaron de su alcurnia en reuniones redentoras
y disfrutaban al sentir el aire desconocido y esa aceptación cautiva
o esos que saboreaban billetes invisibles o sus entradas al cine o el revuelo de una ofensa canjeada en alguna discoteca
aquellos buenos-viejos-tiempos
cuando las mujeres llevaban cascabeles en sus trenzas y el hielo en los vasos renovaba el trago
y no alcanzaban las horas para sacudirse
sentir esas ganancias de fondos lúbricos y vespertinos
luciendo en la camisa el distintivo que los podía asfixiar
gozaban fantaseando como eunucos entre esas luces pérfidas
gobernando unas zonas sucias que se abrieron con sus tarjetas
¿están todavía memorizando las siglas de sus documentos?
¿cantando esa canción que no recuerdan completa pero les habla de la juventud nunca alcanzada?
estarán guardando unos retratos y ordenando los libros de un emprendedor victorioso
y de ese gurú famoso que leen los del trabajo
se confesaron sus vicios como si otro los hiciera
y por eso se mantienen salvados
convencidos y festivos porque ninguno aún puede derrotarlos
orgullosos y machacados por pertenecer a su raza y por el reloj que rodea su muñeca
y sus titánicos hijos naciendo para hinchar de vapor la familia
y presentarse en un salón a saludar sonrientes a todos sus amigos
continuarán con otros negocios y harán nuevas fiestas y tendrán mejores zapatos
una casa en alguna costa pretendida y otros vástagos que garanticen que el futuro no se escape
que se mantenga dócil como una cera disolviéndose entre las manos
y que nunca vean las cunas flotando en las alcantarillas
ni los embargue el recuerdo de un muerto que no conocen
ni sepan del ingenio en el que una madrugada llegaron patrullas y se llevaron en baúles unos cuerpos
ni de una esquina donde le daban un fogonazo al líder de un levantamiento
ni del arriero que llega a su parcela para cultivar la yema que ahora muerden y devoran.