Poesía | Mónica - Por Jeremías Walter | Ilustración: Leo Petrovelli

Siempre queda algo que no deja de irse, que está, permanece, pero en estado de escape, retirándose, derramándose, desde ese territorio inhóspito e inhabitable en el que se convierte la infancia, algo lejano, quizás, demasiado borroso, intenso, vívido, indecible. Algo siempre resta saber. Son imágenes que tienen sangre, tetas con pezones erguidos, manos suaves, inspiradoras. Algo siempre queda, insiste, está. 


El sillón era verde
y ya en esa época parecía algo anticuado
una cuerina resistente como las que ya no hay
impecable como todo el espacio
el departamento, el amplio palier
la sala de espera, el parqué brillando
las tetas de Mónica
la amiga de mamá
era soltera y arreglaba mi boca
cobrando menos que otras dentistas que
no eran amigas de mi vieja
tenía un hijo, Mateo
que quería ser mi amigo y yo fingía
no lo soportaba
amaba el olor de Mónica
era alto, raquítico, con dientes amarillos
voz gangosa y un comportamiento
ratonezco
pero jugábamos, o él jugaba
a lo que yo quería que juegue
mientras espiaba a Mónica haciendo una torta
porque sí, también era sumiso y
me preguntaba cómo de ella
pudo salir eso
como de sus tetas salió leche
desnutriente

su flequillo sostenido por unas hebillas
formando un jopo recio
todo en ella era virilidad
de mujer y de madre
el padre era un misterio, tal vez
lo abandonó por haberle dado un hijo tullido
o lo mató, lo esconde en el placar
y se alimenta a diario
de su voluntad de
su pecado biológico de
su juventud suspendida.

Te pongo los dibus
no
querés la leche
no
la leche entonces ausente
se me hacía lazo filial
y no quería
quería mear en su entrepierna
oler sus axilas
ponerme sus bombachas
blancas de nylon
un poquito transpiradas por su culo
que sea ella en vez de mamá
la que presencie la primera erección
que recuerde
que sienta
que sufra
el silencio cómplice que me corroe
la memoria de la sangre fluyendo

el sillón era verde
su vestido azul
querés más anestesia
no
aunque duela, y dolía como duelen
los dientes de leche
al ser perforados por las revoluciones
del acero
y entonces me anestesiaba más
sin que se lo pidiera
y yo cerraba los ojos
y que arranque mis muelas
que las guarde ella, no mi mamá
blancas en su mesita de luz
ahí donde habita todo lo que no puedo ver
es el robo:
alimentar mi sed
o aniquilar la distancia y con ella
el deseo

que se acuerde de mi nombre
hasta que sus tetas pierdan la firmeza
que sostienen mis pasos hasta casa
sin muelas, con dolor, sin pensamientos
con la bombacha blanca en mi entrepierna
ya mojándola
que lo note
que sepa
que fui yo

la bombacha blanca
tan limpia
la distancia:
ahora me toca a mí.


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