Existe una conexión impredecible, que atenta contra la ortodoxia y la quietud, y tiene como partera al ritmo, la angustia, el arte y el desengaño. En ese cóctel sensacionalista y frenético, una reunión de espíritus bailanteros puede dictar las frases que componen el cuerpo de un texto como éste.
Siempre hay alguien que se compra la chomba naranja
Esta reseña nació espontánea, porque el fin de semana me asaltó la verborrea. Es lo que nos pasa a los seres trabajadores (guiño: y solteras) con aspiraciones estéticas, cuando tenemos un franco inesperado. Nos pasa eso, y también sentimos un calorcito reconfortante en todo el cuerpo, y nos dan ganas de cumbianchear.
Y no les cuento si encima cuando llegás al D7, te encontrás con the Monteverde boys, que están para el crimen. Por otro lado, el boliche reúne esa mezcolanza de gente que me gusta, de la que me atrevo a ser la voz cantante y decir: «Ni tenemos todo resuelto ni sabemos a qué hemos venido al mundo».
Estaba pensando que es un lugar en el que podría estar, con tranquilidad, sin beber una gota de alcohol y sin fumar nada, cuando, de repente y con la falta de ubicuidad que caracteriza el estado, apareció el Primer Borracho Meloso de la Noche. Se me paró enfrente y me miró de cerca. Muy de cerca. ¿Qué es lo que ve usted, hombre ebrio?
Íbamos por la segunda cerveza y ya nos habíamos puesto a hablar de problemas: bulimia, Borges, bunkers. La música empezó a sonar y nuestras propias palabras se nos tornaron absurdas. Aparecieron Homero, sus alegres y Lidia Crucet: «¿Saben qué me decía mi abuela? Nena, cada tanto besate a un desconocido. Te hace bien». Comenzaba a tomar notas mentales: ya se estaba escribiendo la crónica. A pesar de mí.
La cumbia y el hardcore nunca fueron tan amigos
Puede que venga con retraso en lo que a géneros respecta, pero yo, al menos, hacía bastante que no escuchaba una fusión tan bien lograda. «Estos tienen cero pinta de cumbieros», planteó Eva, al comienzo del recital. Es que los primeros acordes y melodías no eran tropicales, y estábamos bastante lejos del escenario todavía como para ver las camisas coloridas de los integrantes de la banda.
Los alegres son tres muchachos: acordeón, guitarra y batería. Y después está Homero, señor del güiro y los cantos, que también parecía contento*. Para armonizar el cuadro, Lidia Crucet, una cantante de curvas prominentes (y envidiables para quien escribe, que nada, nada y nada), que parodia a la célebre Lía, con un personaje tan entrañable como apetitoso. Y que arenga al público, como dios manda, a que practique obscenidades como besarse con el que está al lado.
Tocaron todas versiones de temas conocidos: de Ráfaga, Lía Crucet, Los Wawanco, Antonio Ríos, Los Palmeras, Rodrigo, y Gladis, la Bomba tucumana, entre otros. Y también la invencible «Danza de los mirlos», del grupo peruano de los setenta Los Mirlos, con una introducción rockera que daba para sacarse la remera y revolearla.
Con todo esto, creo que ya me voy haciendo una idea de qué es la cumbia rosarina, ese sintagma que me resultaba un tanto extraño: una fusión de de todo un poco, con «La gallina turuleca» convertida en «Mi vecina vende merca», y con hardcore, reggae y unos amigos hiphoperos, que subieron a improvisar un rato, y todo un guiso o una ensalada, como en una verdadera metrópolis musical: atolondrada, dinámica y sobre todo divertida (¡tres adjetivos es mucho!).
Ojo: soy fácilmente conquistable, pero a los Homeros les vendría bárbaro un repertorio propio y les sobra calidad musical para crearlo y presencia en el escenario para venderlo.
Se fueron los Alegres y volví al tema de la chomba naranja
Cuando logré deshacerme de un mini Leonard Hofstadter, que me quería explicar el concepto de entropía a cambio de que yo le diera mi teléfono, fui al baño y en el pasillo encontré al Primer Borracho Meloso de la Noche, muy entreverado con una señorita. Y confirmé la teoría de la chomba naranja: no importa lo que hagamos ni quiénes creamos ser, siempre hay otro ser humano con tan mal gusto como para comprarse la chomba naranja y lucirla orgulloso por el mundo, por más pedo catastrófico que la chomba parezca tener o por más nerd o deforme mental que sea. Así que, a los que hayan llegado a leer hasta acá, ya saben: «Quédate aquí o vete de mi lado, y devuélveme el amor que te di», como decían los ilustres Chakales.
Nota de la cronista: En las filmaciones (espontáneas como esta reseña) podrán oír a Eva Wendel gritando como una gallina descompuesta, bastante sacada. Les pedimos mil disculpas por eso, pero no podíamos dejar de subirlas. No se preocupen: estaba contenta nomás, no le pasó nada malo.
* Fe de erratas: Homero, líder de la banda, es el acordeonista. Qué se le va a hacer…
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Alejandro García
Homero Chiavarino
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Martin Juarez
Mauricio Palavecino