Inmersos en un silencio abrumador, los ojos que esperan se amontonan sigilosamente frente a las tablas que elevan a los talentosos. La literatura empuña sus armas – bendita retórica – y destroza y levanta castillos de arena en una noche firmada para el recuerdo. El mundo exterior se reduce a un estornudo del tiempo mientras la música se apropia del todo lo que nos rodea.
Por Javier Galarza | Especial para El Corán y el Termotanque
Ruta Nacional Canción es un ciclo de música que se realiza en todo el país, en el que un artista local recibe a uno de otra provincia. Este sábado, la rosarina Mercedes Borrell fue la anfitriona y el porteño Lucho Guedes, el invitado. El Centro Cultural El Espiral fue el lugar indicado para generar el clima oportuno para esta propuesta de cantautor solo más guitarra.
En una sala oscura para no más de setenta personas, Mercedes, a quien desconocía por completo, inició el recital. Sin más compañía que la de su guitarra, presentó temas de su disco Como el resto de la gente. Algo en la forma de cantar y tocar evidencia una gran influencia de la música brasileña. Se nota que escuchó mucho a Jobim y Caetano. De hecho, pensaba que muchas de esas primeras canciones podrían haber tenido letra en portugués. Esa primera parte del recital terminó con «Invisibles», un tema dedicado a una mujer que se fue, en cuya letra el protagonista cuenta que sigue «encontrando invisibles en su cama», que le siguen pinchando «en los sueños y en el alma».
Tuvo dos invitados: primero Leandro Maseron la acompañó con la guitarra en un tema, y luego Julián el Chula Venegas, también en guitarra y coros.
El cronista stalker
Para el siguiente párrafo, elija su propia aventura:
a) La cantante se despachó con un exquisito tema en francés, de su autoría: «Mon jour de Cinema», enganchado al final con el estribillo de «Boys don’t cry», de The Cure.
b) Este cronista no tenía ni la más remota idea de de quién es este tema en francés. No conoce música de ese país y ni por asomo sabe una palabra en ese idioma como para googlear alguna parte de la letra. Entonces, la stalkeó en Facebook para buscar algo de información, pero no encontró nada. Fue a su página web y leyó que todas las composiciones del álbum son propias. Vio que el tema en cuestión es la canción número ocho, copió y pegó el nombre en francés, y quedó como un campeón.
Sobre el final, se sumó Ivette Paz en el chelo, y con sus arreglos y el ensamble perfecto de instrumentos, las canciones ganaron cuerpo, emotividad y exquisitez. Finalizado el show, alguien dijo: «Si a esta chica la produjera, no sé, Cachorro López, hoy sería famosa como Julieta Venegas». Coincido.
Luego fue el turno de Lucho Guedes, un artista completamente inclasificable. No hace folclore, no hace tango, o los deforma a ambos. Es como si Gabo Ferro cantara canciones, mezcla entre Leo Masliah y Zambayonny. Las estructuras son irregulares, van y vienen entre complejos arreglos de guitarra, en pos de resaltar lo que importa: el relato. Siempre son historias, cuentos de una o más personas concretas, con nombres propios, a las que les pasan cosas.
Las canciones no duran menos de cinco minutos. Parece no haber estribillo alguno, pero su atractiva forma de contar hace que no haya forma de estar disperso, obligándote a parar la oreja. Perderte una palabra puede ser fatal. Así lo entendimos todos. En un lugar donde la gente habitualmente cena (por ende hace ruido de cubiertos) y hablan entre ellos, el silencio era total: no volaba una mosca y el artista lo agradeció.
Los temas fueron pasando y tras uno (muy) gracioso, venía uno melancólico o un mismo tema que te hacía reír de una boludez atómica y a la siguiente estrofa te hacía notar, por ejemplo, que el tiempo está pasando para todos. En este momento. Ahora. Ya. Un bajón.
No hay un hilo ni un río,
sólo un enorme lío
donde se mezclan juventud y vejez.
Un lento, extraño hechizo
de lágrimas y guisos,
de planes imprecisos,
sutil como un tal vez […]
La vida fue un urgente
delirio intermitente
que aprendieron a comprar y vender.
La puta madre, cómo me gustaría escribir así. Estábamos todos atrapados en esa fascinante narrativa musical.
Además, es genial como este tipo siempre da en la tecla con la descripción de detalles oscuros e imperfectos, que nos interpelan como espectadores, poniéndonos en lugares incómodos al vernos reflejados. Encima los personajes son como uno o tienen que ver con uno. El Pope, es un electricista que en lo único que piensa es en que sean las seis de la tarde para dejar de laburar e ir a dirigir su murga. La radiografía exacta de un gran amigo. El Rafa, un tipo que arreglaba minicomponentes y videocaseteras y como le iba mal, en lugar de arreglar Ipods, empezó a hacer muñequitos de madera. Tipo querible, adorable. Dijo Guedes: «Cuando fuimos a grabar el videoclip a su casa nos echó a la mierda. Era una mala persona. Yo les mentí en la descripción. Y ustedes le tomaron cariño… ¿Se dan cuenta lo que es el poder de la literatura?». Basta, loco, de hacerme sentir bien y al toque hacerme sentir mal, ¿qué te hice?
Hacia el final llegó el gran momento de la noche: Guedes contó que está por sacar un disco de duetos, con diálogos «al mejor estilo Pimpinela» y que, ante la imposibilidad de ensayar con una voz femenina, tuvo que recurrir al Chula Venegas para que se haga cargo del micrófono, aprovechando que «canta como una minita».
El Chula es todo lo que está bien. Se puso en el papel la mujer de «Soy una tarada», tema que da nombre al disco que está por sacar y se la bancó como la mejor Lucía Galán. Capo total. El show terminó entre aplausos y la promesa de una nueva visita para presentar el disco en un par de meses. Ya lo estamos esperando.
Contacto