Un estallido decora las esquinas de una ciudad sorda en la que los cuerpos avanzan hacia sus horizontes, aturdidos detrás de las miserias que los pueblan. Las emociones, reflejadas en las muecas de los caminantes, son frágiles como burbujas de jabón y no resisten los soplidos del viento. Una historia de amor florece entre los surcos del desencanto, anuncia la primavera, sabiéndose frágil, y queda obligada a sobrevivir en los recuerdos para no oxidarse en el olvido.
Llego al bar La Sede con apenas tres minutos de margen. Eso me pasa por confiarme con los horarios; cualquier rosarino sabe que los domingos el colectivo es un mito. Tuve que gatillar taxi, y la flaca que no llega.
Me aseguro las dos entradas en boletería y las chequeo un par de veces. «Estoy en la puerta», sonrisa, beso en el cachete. Ella, hermosa. Yo no sé por qué me afeité los costados de la barba; no me queda bien. Tengo que asumir que no me parezco a Pedro Aznar. Pero la flaca me cuenta su día y el mundo se va equilibrando de a poco mientras hacemos cola.
«Favor de enderezar los asientos y abrochar el cinturón de seguridad»
Una azafata nos acomoda en las gradas y nos da las instrucciones para el despegue. La sala se transforma en un boliche ochentoso, en donde una adolescente eufórica baila música disco. Un chico del lugar toma coraje y se acerca para encararla. Empieza el ritual del levante. Histeriqueos, inseguridades, inexperiencia; todo lo patético de un boliche. Ella sonríe y da vueltas mientras él se muestra seguro y hasta demasiado directo. Meten la pata hasta el punto en que no se entiende por qué siguen hablando. Es increíble pensar que alguien pueda empezar un vínculo así, pero ¿qué puedo criticarles? Es la séptima vez que salgo con la flaca y ni siquiera sé si hay onda.
Los personajes se dejan de vueltas y se cruzan en un beso violento y desesperado. Pareciera que estamos en Archie, viendo a dos chicos chapando por primera vez a los trece años. Y así arranca la historia: dejando de lado todo romance; es tosco y real. La obra ya me compró. Creo que a la flaca también, porque la escucho reírse.
El avión levanta vuelo y la azafata repite las instrucciones en inglés; ya se pueden desabrochar los cinturones. «Quiero que te vayas», le dice ella. Él no entiende nada. Los años pasaron y la rutina consumió la pasión de la pareja. Van y vienen sin entenderse, se dejan encadenar de nuevo por el miedo al cambio y en forma burda intentan solucionar la frustración con sexo, pero una nena entra en la habitación y los interrumpe. Es la hija.
Con la aparición de la nena, la comedia saca a relucir su lado más oscuro. El simulacro de amor conyugal se vuelve también un simulacro de paternidad, aunque el rechazo que la madre siente por su hija es bastante explícito. En consecuencia, la nena parece haber desarrollado una personalidad bastante extraña. Habla como si tuviese una visión muy madura y práctica de la vida, pero al mismo tiempo está totalmente desarticulada en lo emocional. Sus formas de expresarse son rústicas y grotescas, con tics nerviosos y gritos extraños y agudos. La mayoría de los gags que usa la obra quedan relegados para este personaje, que parece no tener muchos amigos, y lo único que hace es fantasear con su amor imposible, un sirviente uruguayo llamado Washington.
De repente, suena el teléfono: el padre recibe una propuesta de trabajo en el sur del país. Cada miembro de la familia deberá decidir si quiere quedarse o viajar.
A partir de este punto, decidí romper un poco la estructura progresiva de esta crónica. Tengo miedo de arruinarles las sorpresas que les pueda generar la obra cuando la vean por ustedes mismos (sí, loco: vayan a verla).
En Jet Lag, las relaciones familiares son vistas como relaciones de poder que cambian todo el tiempo, y cada prejuicio que nos hagamos sobre un personaje puede ser puesto en duda. ¿Qué les pasó a esos adolescentes que querían llevarse el mundo por delante? A él le extirparon los huevos, y a ella la felicidad. La nena es un gran lente a través del cual se mira este mundo, y cada miseria de sus padres es agrandada o perdonada bajo su criterio. La azafata entra y sale de la historia, hilando todo en forma cada vez más profunda. Podría decir que el guión es bastante más impiadoso con la madre. Pero todo eso está justificado por la elección de narrador de la historia, así que no voy a discutirlo.
Actuación, dirección y guión: a mi gusto, todo se disfruta. En las pequeñas miserias que muestran los personajes durante su convivencia vi reflejadas muchas escenas de mi propia familia. Recordé a mis viejos divorciados, y los volví a ver ya en pareja, separándose de nuevo. Horror, creo que hasta podría verme reflejado yo en algunas relaciones que tuve. ¿Será así? ¿Estaremos todos repitiendo cíclicamente los errores de nuestros viejos? Este país de freudianos es infumable. Siempre te hacen desconfiar de cosas de las que antes no dudabas.
Por suerte, la obra no busca transmitir estas sensaciones a partir de estereotipos vacíos. Ese sería el recurso fácil. Acá los personajes no parecen saber del todo qué es lo que quieren, o no se animan a buscarlo, pero realmente hay alma en los ojos de estas personas. Sufren porque no soportan estar juntos y, en realidad, es probable que no soporten estar con ellos mismos.
«Gracias por viajar con nosotros. Esperamos que hayan disfrutado el vuelo»
Como en la vida misma, el final no es triste ni feliz. Simplemente es. Aplaudo con fuerza a los actores y salgo a la calle con la flaca al costado. La obra me dejó un río de agua sucia en la cabeza. La acompaño hasta el cajero para estirar un rato más el encuentro y, antes de que pueda decir nada, ella nuevamente se despide a las apuradas y se escapa por la mitad de la calle sin que yo entienda en lo más mínimo qué se le cruza por la mente.
Pero esta es la primera vez que la situación no me afecta. Camino hasta el cine El Cairo y saco boleto al azar para cualquier película que estén proyectando. Hoy es una buena noche para empezar a soportarme a mí mismo.
Contacto
Integrantes
Dramaturgia y dirección: Romina Tamburello
Producción, asistencia de dirección y técnica: Juan Pablo Biselli
Actúan: Camila Olivé, María Celia Ferrero, Juan Pablo Yevoli y Leila Esquivel
Vestuario: Romina Tamburello e Irene Inés De Petris
Estenografía: Carolina Cairo, Sebastián Careaga, Cecilia Simonetti y Pablo Spangaro
Trailer y fotos: Marcos Garfagnoli y Alejandro Coscarelli
Diseño gráfico: Cecilia Garavelli