Crónicas | Síncope blanco - Por Marianela Druetta Mayotto 

Una figura acurrucada en su piel se desliza por las maderas que sostienen su peso, centímetros más arriba de donde pisan nuestros zapatos. El cuerpo, atrapado en el vértigo que lo perfora, persigue sin buscar, la salida de ese paralizante estado de conciencia… y una pregunta, arrancada de las hojas del relato, sobrevuela los corazones de los presentes: ¿a qué puerta debo volver los ojos?


Síncope Blanco I

La ciudad parecía solitaria, o por lo menos las calles que yo transitaba esa noche. Veredas apenas iluminadas, pocos autos, pocos peatones, luces de algún que otro bar. Fueron sólo seis cuadras hasta llegar a ese recinto menos solitario, no porque se encontrara lleno de gente (por el contrario, fui una de las primeras en llegar), sino porque ya ahí dentro los sonidos y las lucecitas cobran otra vida, que muchas veces es más intensa que la de afuera.

El ritual acostumbrado: de a poco fueron llegando los espectadores, acompañados o solos, algunos se saludaron, otros se sentaron, otros miraron el lugar, mientras yo oía los murmullos y observaba que las luces todavía eran similares a las de afuera. Después de un rato,  una de las organizadoras anunció que iban a dar sala y el clima fue cambiando.

Oscuro y silencioso

Con lentitud, fuimos entrando. Las luces tenues alumbraban las sillas donde debíamos acomodarnos; el frente seguía oscuro y silencioso. Apenas me senté tuve frío: no sé si la temperatura había descendido o ese sitio me causó algo similar a un escalofrío. La luz se fue evaporando, nos sumimos en más oscuridad y silencio, y algunos segundos después, las luces, todavía débiles, comenzaron a alumbrar el frente.

En aquella penumbra pude distinguir a un hombre acurrucado y a su entorno: un rancho, una selva o algún sitio dejado al abandono. No podía descifrar en qué lugar exacto se encontraba aquel ser, pero sí podía percibir que estaba solo y aislado. Un colosal silencio fue rey de la escena por algunos minutos, silencio que me hacía percibir el más Síncope Blanco IIimperceptible sonido; podía incluso oír la respiración precisa de los espectadores que se encontraban a un lado y al otro de mi silla.

Algunas palabras y sonidos empezaron a tener vida, pero yo no podía apartar la atención de ese cuerpo que decía tanto a través de la mirada, de los músculos cansados, de los movimientos animalescos, de los susurros melancólicos, de los gritos desconsolados.

Sombras

Todo lo transcurrido se construyó a partir de imágenes, biografía y cuentos de Horacio Quiroga, su sombra se hizo presente esa noche con la ayuda de Gustavo Maffei, que fue quien con su cuerpo atravesó un «naufragio de la conciencia, en la frontera incierta entre el sueño y la vigilia, lo humano y lo salvaje, la luz y las sombras».

Sí, su cuerpo, el único en escena, fue el que enfrentó aquellas sombras, el que osciló entre la realidad y la fantasía, entre la sensatez y la locura, la serenidad y la perturbación.

Yo contemplaba, contemplaba aquella escena que por momentos se transformó en cuadros donde la escenografía y las luces jugaron un rol trascendental. Ya no me importaba seguir un relato lineal y comprender una historia, sino dejarme llevar por las sensaciones diversas que aquellos fragmentos me sugerían.

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Ficha técnica:

Escrita y dirigida por Cecilia Bolis
Interpretada por Gustavo Maffei
Arte: Francisco Nakayama
Vestuario: Silvina La Calamita
Fotografía: Ariel Gauna / Bruto Producciones


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