En medio de la ciudad nacen los colores, o están, como sin verlos, pero de un momento al otro, repentinos, súbitos, enseguida, destellan y se deslizan, hacen un mundo, en éste, en esa ciudad que se baña con gris por las tardes, que intenta renovarse en las mañanas, que a la noche, además, se lamenta por tanta mañana de intentos y esas tardes grisáceas. Podemos creerlo, sin lugar a dudas, a ciudades, a otras fosforescencias.
puedo ver el brillo de frente
cada una de sus partículas
separadas
como universos en suspensión
el paso de las horas deja
un degradé en el cielo tan preciso
podríamos creer que esos colores
desprenden del iris de un Dios
que se abre a nosotros
arrepentido de la soledad
el Sol cae entre dos edificios
la noche se descubre y
bajo el calor del cuerpo de los árboles
fosforecemos.