Nuestra cronista se perdió en la telaraña de mundos posibles que teje el teatro. Revisó la oscuridad del pasado para compararla con la actual. Viajó hasta los principios del Siglo XX, al pobrerío tanguero, y volvió a donde estamos preguntándose qué puede y hasta cuánto aguanta un cuerpo. Después se detuvo en los detalles humanos que, a pesar de todo, le ponen color a la tragedia. Aplaudió y escribió lo que sigue, no sin antes gritar con los demás: ¿dónde está Santiago Maldonado?
2017. En un teatro de la ciudad de Rosario, en el barrio Pichincha, se estrena «Grotesca. Suit criolla» del grupo Bondi. Colectivo Teatral. La obra es una creación colectiva surgida a partir de la indagación en el grotesco criollo. De ahí, el nombre. Pero, ¿sólo de ahí?
Lugar, Argentina. Un país amplio, compuesto ya a principios del siglo XX por veintitrés provincias, en cuya capital, la ciudad de Buenos Aires, nace el grotesco criollo. En un contexto de crisis social y económica, de la mano de Armando Discépolo, el género comenzó a definirse a partir de problemas anclados en el territorio: los inmigrantes, el desarraigo, la construcción de identidades nacionales, los deseos incumplidos, la pobreza. Las irresueltas cuestiones nacionales se dejaron entrever en el grotesco bonaerense. Pero no sólo allí.
«En Rosario, durante la dictadura», me dijo Julia Logiódice, que estudia el teatro rosarino en ese período y que tiene una solidaridad intelectual extraña y necesaria en estos tiempos, «invadía el grotesco: en los nombres, las estéticas, en los diarios…el nombre Discépolo aparecía en todos lados». «Épocas de crisis», contesté, riendo un poco, y Julia, cómplice, me dijo que sí, que algo hay, que habría que verlo, que pensarlo…
Cuando me entero del estreno, pienso en la charla con Julia. Me pregunto sobre los vínculos que el arte, en su construcción de mundos posibles, mantiene con el mundo real. No tengo respuestas, sólo esbozos fragmentarios: crisis y otra vez, grotesco. ¿Será? Con todos estos interrogantes, parto a ver la obra. No sé exactamente qué esperar, pero sé que algo: espero. Las producciones de Bondi. Colectivo teatral y de La Comedia de Hacer Arte, escuela en la que surge el grupo, siempre me generaron ese qué sé yo, viste?, como diría el tango.
Entro a la sala. A lo lejos, cuerpos. Diecinueve personajes sentados en sillas de madera. Están hablando entre ellxs: se conocen, tienen qué decirse. Me siento y lxs miro. ¡¿Quiénes son?! ¡¿Qué se dicen?! ¡¿Qué les pasa?! De madera son también los percheros que se encuentran a su alrededor. De ellos cuelgan ropas, accesorios, historias. Una bajada de luces, imperceptible, indica que comienza la función. No hay apagón. La distinción entre el inicio y lo anterior es ilusoria; al ingresar a la sala, ya estábamos en ese mundo.
«Seguro empieza con una canción», dice una niña sentada atrás. Y así es. Como siempre, lxs niñxs intuyen. Las voces de estxs personajes inundan el espacio, el aire se vuelve sonoro. Sueña la margarita con ser romero. Se dan vuelta, nos miran, nos descubren. Se paran y caminan, decididxs, hacia el público. ¿Por qué sueña eso la margarita? para ir con la virgen en el sombrero. Ah, sonrío. Están frente a mí, todxs juntxs. Parecen recién llegadxs. Los vestuarios y la melodía sevillana me llevan a las primeras décadas del siglo XX, época de inmigrantes y de tangos, época de los inicios del grotesco criollo. Pero, ¿sólo ahí?
Al pasado siempre se va desde el presente. Como un agujerito desde donde mirar, espiamos desde el presente los restos que ese pasado dejó; y es ese pasado, a su vez, el que ilumina nuestro presente. Pero quienes escriben la Historia, esa que quiere escribirse con mayúscula, suelen olvidarse de los cuerpos; de los cuerpos que, contrariados, son carne de ella. De esos cuerpos que, a demás de votar, pensar y trabajar; sienten, crean, comen, desean, habitan. Y esos cuerpos, acá, en Grotesca, nos cuentan, nos hablan, nos dicen…
Lxs personajes vuelven hacia sus sillas, excepto algunxs que se desprenden del tumulto y quedan en medio del escenario. Primera de muchas historias. De ahí en adelante, múltiples relatos aparecen, ligados entre sí. Un torbellino de instantes. Te metiste en una escena y ¡pum! a otra, más fuerte. Me atrapa cada una de ellas. Me atrapan quienes las vivencian. Desde el acontecer de estas historias, siento sus fracasos, sus miserias. Estos seres escindidos nos cuentan el mundo que llevan a cuestas. Y son sus vínculos y sus acciones, junto con algunos muebles, los que construyen un espacio. A veces pasan y cantan, a veces salen gritando, a veces se despiden, a veces se abrazan, a veces se van, a veces apagón. Podría ser una casa antigua, un conventillo, un vecindario, un espacio compartido. Podrían ser vecinxs, una familia, nuestros abuelxs; podríamos ser nosotrxs. La música acompaña toda la obra, climatiza el ambiente, une espacios, transmite sensaciones…
Voy sintiendo las grandes pequeñas injusticias cotidianas, el desamparo, la violencia. Veo las mezquindades, las ausencias, la miseria. La obscenidad, la falta de dinero, el pan compartido, la tristeza alarmante, la desilusión. La impotencia. El machismo. Todo un torbellino. Pero también hay risas, también hay chistes, también hay música, también hay ternura y, también, hay poesía. Cumpleaños, años nuevos, compromisos fallidos, abrazos, festejos y riñas. Un «estamos tan solos entre tanta gente» queda haciendo eco en el espacio temporal, retumbando en los sentidos, aturdiendo en lo más hondo de mi ser. En el devenir de lo cotidiano, está la vida, y la muerte, en su plenitud.
La obra no cuenta una historia lineal y, así, desafía la temporalidad de la Historia. Al mostrar una realidad que no es coherente ni cerrada, sino intervenida y construida a través de los múltiples sentidos que la obra evoca y que el público le asigna, el encuentro entre el público y lxs actores se transforma en un lugar de concreción poética, que condensa y dispara; que abre y ensancha. Encontrar la imagen metafórica, en un mundo que se entiende tan literal, es un respiro. Un respiro para imaginar, llenar, construir…
Apagón. Un tumulto de aplausos invade la escena. Lxs actores vuelven y, coreográficamente, se acomodan en distintos lugares. Se retiran, el espacio se vacía. En el centro, sobre una de las sillas de madera, la imagen de Santiago Maldonado inunda el ambiente. Ausencia, otra vez. Lxs actores ingresan nuevamente, se colocan junto a ella. Estxs personajes, estos fragmentos revividos de aquel pasado lejano, se funden con los actores y las actrices, se funden con la imagen de Santiago: pasado y presente aparecen, otra vez, unidos. Encuentro, en esa imagen, los vínculos que el arte, en su construcción de mundos posibles, tiene con el mundo real. Los que quiere tener. Si es cierto que la narración se construye en la mirada del otrx, nosotrxs público, ese otrx distintx al actor, lo confirmamos: aplaudimos y lloramos, aplaudimos y lloramos.
La obra terminó. ¿Terminó?
Entonces… ¿Por qué Grotesca? Grotesca es la vida que creamos, las formas de relacionamos, el mundo que habitamos. Grotesca es el hambre. Es huir, exiliarse, es tener que irse. Grotesca es la deshumanización de la muerte, la indiferencia hacia la vida humana. La coexistencia esquizofrénica de sanidad y destrucción. Grotesca es la distancia que media los vínculos. Grotesca, porque necesitamos comunicarnos, evidenciarnos, crearnos, deconstruirnos. Grotesca, porque queremos pensarnos, comprendernos, habitarnos, transformarnos. Grotesca porque cuando la crisis estalla, estalla en todos lados. Y el teatro, el teatro comprometido, siempre supo hacer en y con las crisis. Y Bondi, todavía, lo sabe. Lo sabe bien.
Contacto
BONDI Colectivo Teatral
Ficha Técnica
Actores y actrices: Dannae Abdalla, Angie Ambrogi Karina Ayerza, Claudio Benitez, Gisela Bernardini, Hilda Bryndum, Lucas Cristofaro De Vincenti,Daniel Feliu, Facundo Fernández Torre, Julia Castillo, Verónica Leal, Vicky Olgado, Franco Perozzi, José Pierini Ebelyn Rita, Nicolás Carlos TerzaghiMonica Toquero, Marita Vitta, Natalia Zatta.
Equipo de dirección: Hernán Peña y Cielo Pignatta.
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