Exmo gobernador, querido compatriota, buen
legista: estoy de últimas, lo cual significa que,
en cierto sentido, estoy de vuelta.
Me has querido y me perdonarás
ahora esta carta imaginaria:
de todos modos mi acto fue simbólico y verán,
o mejor dicho, mañana verán, en los traspatios,
en las veladas de vino untuoso, en el descerrajar
los disparos que hagan falta de aquí un siglo, dos,
verán, digo, hermano, si fue posible, necesario,
y lo verán en las luces vacías y resonantes
de los crepúsculos, en el pliegue de unos labios,
en el desdén, o en la mano que de pronto
cae entre las dos rodillas, incluso
en las placas de bronce y en los libros
de actas, sellos, cuestiones de Estado,
cambios de ministros.
Verán, verás, Idelfonso, en años y siglos,
que mi acto fue simbólico, también imaginario,
pero político, militar y religioso,
como cualquier acto humano,
pues si imaginé la enseña de esos colores fue,
como se dirá, y se dirá muy bien,
pensando en los cielos de estos desiertos,
el manto de la Virgen y el pendón de los Borbones.
Un pacto, como todos nuestros actos -la guerra
también es un pacto, Idelfonso, lo sabes-.
Verán -no fui poeta, excepto si es poesía el comprender
el cielo natural, la Virgen y la polis en un solo
movimiento- cómo lo hice; y si miraba ese río
que no tiene parangón, en -diríamos-
un movimiento quieto,
y aquellas barrancas, y quizá una nube, vaya a saber
-pues confundo memoria con recuerdos-, tenía
bajo las botas pastos aplastados que presentían
ese lodo de lluvia, de alcantarilla,
de demolición y troje que tan bien conocerán
los charcos agroindustriales,
los territorios frigoríficos y el puerto.
Sabrán que estos parajes son demasiado vastos.
La agricultura será voraz. La industria quemará
el río y aun así no habrá justicia, habrá olor a vino
en la ropa, mal mirar en las cantinas, y ese mosto
que nos perseguirá como una constelación.
La pampa, el desierto, no estará nunca gobernada.
El grano se ahogará en veneno. Bailará un diablo
con crenchas. Se mirará sin mirar en los fogones.
En las ciudades, una calle llevará mi nombre,
pero no el de mi batalla, el de mi piara carnívora,
el de mi agonía, el del lejano celeste sin historia
al que amé como a una niña que me causó dolor.
¡Sal de este bando, Idelfonso, sal de este bando!
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