Poesía | Fondo de música funcional - Por Santiago Alassia | Ilustra: Juan Cruz Trangoni

Esta partícula vive, respira,
tira palabras al mundo
sin esperar
que algo suceda.

Hay una red
de hilos que van
del suelo a las cosas.
Se corta y caemos.

No es pesadilla, es lo real
de estar uno mismo encerrado
para siempre en las venas.
La cosa continua de ser,
tener que llenar el siguiente
minuto que pasa despacio
con eso que hay en las venas.
Ese dolor de intuir
la no escapatoria.

El fin es un tope,
chocar contra el nervio
vacío de uno.


Un hombre camina de noche en la calle.
Llega hasta una plaza desierta.
Se sienta en un banco vacío.
Enciende un cigarrillo y suelta la primera bocanada.
Ve las estrellas del cielo negro.
Los árboles quietos.
Las persianas cerradas.
Ve a la gente durmiendo en sus camas.
Siente que algo le camina por el brazo.
Entonces se para de un salto.
Se quita el saco y la camisa, y ve: una mosca.
Una mosca en su brazo.
La mira fijamente. La mosca no se va.
Camina, la mosca, se frota
las patitas delanteras. Va y viene
por el brazo del hombre en plena noche.
Eventualmente hace un vuelo rasante y breve
pero enseguida vuelve a posarse y caminar.
Al hombre se le ocurre que la mosca
está cómoda así, yendo y viniendo sobre su piel,
esquivando vellos. Decide
ofrecerle mayor superficie corporal.
Se quita los zapatos, el pantalón, se queda
sentado en calzoncillos.
La mosca empieza a ir y venir por una pierna,
luego sube a un brazo, camina, vuela
hasta la otra pierna, camina, y así
un rato largo: el hombre con la mosca.
Hasta que el hombre se cansa y la toca
con un dedo, para espantarla, pero la mosca
no lo advierte.
El hombre piensa
que si una mosca le trepa y le camina por el cuerpo
y no se asusta ni huye cuando él la mira
o intenta espantarla
eso significa que está muerto.
O que está vivo aún
pero todo lo del mundo,
sus cosas y sus moscas,
no lo reconocen. Y eso
sería una manera un poco triste
de vivir, piensa el hombre.
De cualquier modo está cansado
como para intentar algo más.
Vestirse, por ejemplo. Así que decide
quedarse en calzoncillos a esperar,
mientras piensa: algún día
alguien tendrá que pasar por acá.


Algo en el ojo me dice: ese conejo
no existe, se duerme en cabezas
de gente invisible que flota 
en el mundo: niebla o maraña
en el cráneo, canción
que gira porfiada y marea.

Son ojos que parpadean,
bocas de pez que te muerden
llenas de plástico, estopa
y mirada.

¿Puede el humano escapar
de esa maraña?
El conejo no sabe
decir lo que ve.

Ahora mismo el conejo
está suspendido en su espacio imposible
de un techo que no: lonja finísima
que no es objeto
ni imagen: es
pantalla.

Está en la pantalla: está
en el sentido. Él mismo
es pantalla: un velo evidente
pero inasible
para que el juego prosiga.

Hablo: escribo
en el aire pantalla con dedos
que tiemblan: que el juego
prosiga.

Un cazador lento apoya el doble caño
en la cabeza del conejo.
Aprieta el gatillo y se arma
una imagen. Es
todo lo que pasa.

Ilustra: Juan Cruz Trangoni



* Estos poemas son el resultado provisorio de una serie de derivas a partir de fragmentos de cuentos publicados en el libro Por lo bajo [1º Premio Fondo Editorial Municipal, Rafaela, 2017].


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