Poesía | Ojos de paradigma - Por Federico Oña | Ilustración: Pablo Benítez

La inmigración y la muerte

El sexo y la literatura.
Laberinto de ciencias muertas.

Hay un boludo que se puso alambrados míticos
en mi forma de mirar el mundo.
Lo más lindo es que se puso ojos de paradigma.

Hoy hace un año que se murieron todos los atardeceres
del mundo.
Justo hoy que podría ser un día completamente
abstracto.

No hay historia, pero bueno.

Cuando la fui a abrazar con la memoria
prendida del plexo el universo entero se convirtió
en un campo minado de tumores.

La recuerdo con su maquillaje sutil para salir de joda,
o disfrazada de una especie de Cleopatra Gitana,
las pestañas como tocándole el hombro a la luna,
sus labios como si el FMI hubiera arrasado con
los bancos de sangre de mi olvido.

Pero no sé. Ahora es rara y atómica.
Está más viva que nunca y la escribo.
Manguera en mano
y rebotes de pelotas de basquet contra las baldosas.
Se enteró que teníamos droga.
Y bueno: mis 7 hermanos y yo siempre fuimos
un poquito bastante tarados.

Pero ella era ella. Era mamá. Tenía 27 años
y sabía todo sobre sintaxis y Cortázar.
Pobre mina, leía Rayuela como loca.
Y cuando nos miraba a nosotros 7 bueno,
para su desgracia no estábamos muertos como
Rocamaudor.

La literatura y fantasmitas de plástico chino;
un relámpago comiendo de la
basura de un espejo,
un ajedrez vacío de hologramas,
piojos haciendo operaciones transatlánticas
en el pasado.

La ausencia del futuro en la sustancia
del ser es irrevocable.

El sexo y la literatura.
La gloria.
El fracaso.


Pozo ciego

Vieja: desde que aterricé
por tus venas a la Argentina
hasta hoy
me crecieron intermitencias
en el disco duro,
uñas
luces e intestinos;
y a veces me ponías
pantalones ridículos
para ir a la escuela.

Vieja: yo no se cuan trucho
puede llegar a ser este segmento
racionalizado de mi pensamiento,
ni que tiene de extraordinario el
universo con sus soles y tempestades
magnéticas en comparación a
un chip o una carcasa de celular;
pero a veces me rapabas a cero
porque era la única forma
de quitarme los piojos.

Vieja: me crecieron laberintos
en el supermercado
y orgasmos con color a vino
y perros y látigos y coronas
y hasta una fábrica a escalas chinas
de aplicaciones se me instaló en la
médula espinal.

Y una tarde de lluvia
me mirabas a los ojos
y era como caerse
al pozo ciego de tu útero.


Es la posta mona, olvidate.
Le metieron un artículo
de divulgación científica
en el ombligo a la luna.
De prepo.

No hay nada que hacerle. Puede caer la persiana
del equilibrio en la boca de un paracaidista,
hasta de venderle enchufes a los relámpagos
son capaces,
pero nunca de simplificarnos el laberinto.

Ya sé monita. Hablo y hablo y al final nunca digo nada.
Pero imaginate a tu novia bailando desnuda
entre los satélites y las lombrices,
a los porongas de los algoritmos
viendo si pueden con Vallejo,
A los martines del mundo chupando una navaja
entre los escombros de una calesita,
a los sebastianes sebastiánandole la sebastaniada
a un atardecer sobrino de Juliana
cuando los pájaros levantan los desodorantes
y las toallitas higiénicas y las camisas de los casilleros .

Por las dudas sus perros mean sobre nuestras
flores podridas, sobre nuestras legumbres.

Es la posta mona. Posta posta posta.
El rock and roll tiene alzheimer,
a la épica le amputaron una gamba
culpa de la diabetes.

Puro cartón pintado. Castillos de naipes.
Todas esas metáforas que nos parecen
pelotudas pero que al final
tienen una exactitud quirúrgica.

Mona. Monita. Mona las pelotas.
Te amo.

Ojalá le comamos
el hígado al abismo.

Civilizados.

Ilustración: Pablo Benítez


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