Crónicas | Pasajeras en trance: crónica de un regreso - Por Martina Fay, Marcela Valdata y Micaela Corletta

Pandemia: del griego πανδημία,
expresión que significa reunión de todo un pueblo.​

En noviembre de 2019 el comité organizador del III Congreso de la Sociedad de Antropología Médica de la Asociación Americana de Antropología, a realizarse en el marco de la Convención Internacional de Antropología, «Anthropos 2020» nos confirmó la aceptación de presentaciones. El evento con sede en La Habana desde el 9 al 13 de marzo, era nuestro primer compromiso académico del año. Somos docentes, investigadores y alumnos de CEAPROS, UNR (Centro de Estudios Aplicados a Problemáticas Socioculturales, UNR). Como no contamos con financiación alguna iniciamos la búsqueda de pasajes en la semana del Cyber-Monday, contemplando las posibilidades económicas de cada una y los tiempos necesarios para juntar el dinero, se trataba de abaratar costos y asegurar nuestra presencia en el evento.

La búsqueda individual de los pasajes por medio de la red, nos habilitaba la compra y al momento de definirla se caía la página de Latam. Finalmente lo logramos por medio de intermediarios: Despegar, Turismo Sporting, etc. ¡Felices de tener nuestros tickets confirmados! En el transcurso de los meses ese vuelo fue modificado tres veces.

Partimos de Rosario el 7 de marzo a las 8.00hs. La combinación era Rosario/ Lima — Lima/La Habana. El retorno estaba previsto para el 16 de marzo a las 16.40hs. Haríamos nuevamente escala en Lima y un día más tarde, pasada la medianoche, saldríamos rumbo a Rosario. El viaje de ida fue sin contratiempos. El coronavirus estaba lejos de ser un problema en nuestra ciudad, apenas era un rumor su magnitud en países distantes. Nuestras expectativas estaban puestas en cómo sería transcurrir en La Habana con otro grupo de investigadoras que llegarían de México y con quienes compartiríamos la casa, el desarrollo del Congreso y cómo optimizar el tiempo para conocer esta ciudad con tan pocas horas disponibles. Estas preocupaciones hoy nos parecen ajenas.

El Congreso nos mostró el primer indicador de lo que sucedería, sesiones vacías por restricción de diferentes países, el ausente principal fue EEUU. A los dos días, el COVID-19 se declaró pandemia. Comenzó el distanciamiento social, aunque la gravedad de esto no se percibía. Solamente parecía que se estaba dando cumplimiento a un protocolo de cuidados. Concluido el Congreso, coronaríamos el viaje con tres noches en Varadero. Allí la pandemia no existía.

Durante la segunda noche en Varadero, lograron realizar nuestro check-in desde Rosario para asegurarnos que el vuelo estuviera confirmado, todo parecía estar bajo condiciones normales. La comunicación en Cuba era dificultosa, con una red de Internet precaria y saturada. Las noticias llegaban tardíamente, los indicadores de COVID-19 en el mundo comenzaban a ser alarmantes y las aerolíneas iniciaron sus cancelaciones.

A las ocho de la mañana del día 16, la llamada telefónica del padre de una de nosotras desde Rosario sentenció nuestro destino: el vuelo Lima/Rosario, había sido cancelado. Inmediatamente nos comunicamos con el Canciller Argentino en Cuba, sus palabras fueron: «Les aconsejo tomar el primer vuelo disponible para salir de Cuba, acá no podemos hacer nada». A las 10.40Hs pasaba a retirarnos el transporte para La Habana.

Operación retorno

A medida que iban subiendo los pasajeros del transfer nos dimos cuenta que éramos todos coterráneos de distintas provincias. Nos enteramos que el Aeropuerto de Lima cerraría sus puertas a las 23.59Hs. Fuimos entrando progresivamente en pánico producto de las diferentes versiones que cada uno compartía del estado de la situación, recibida de fuentes no oficiales.

Llegamos al Aeropuerto José Martí de La Habana a las 14Hs. Las colas eran eternas, nunca avanzaban, la gente estaba ansiosa y todos queríamos ser atendidos con urgencia. En el check-in de Latam nos anunciaron que teníamos dos opciones: quince días en La Habana o quince días en Perú, para cumplir la cuarentena. Optamos por volar a Lima solamente por la posibilidad de estar comunicados.

Una de las empresas de turismo de Argentina con la que teníamos contacto, nos dio la opción de viajar el 19 de marzo a Panamá por Copa Airlines y de allí a Argentina. Al ver que la ventanilla de venta de esta empresa estaba cerrada y con el cierre masivo de aeropuertos, reconfirmamos nuestra decisión de tomar el vuelo a Lima, presentimos que era la opción más segura.

Ya éramos veinte los argentinos en la misma situación, comenzamos a unirnos y pensar estrategias para el arribo a Lima. Pusimos en aviso a nuestros familiares, a pesar de la escasa conexión, y subimos al avión. Ni bien nos ubicamos en nuestros asientos una azafata de Latam nos dijo que estaban adelantando los vuelos, ilusionándonos con la posibilidad de volar antes de medianoche. En el transcurso del viaje un ciudadano peruano nos mostró el Decreto Supremo N° 044-2020PCM que declaró a Perú en estado de emergencia por quince días, informado por el Presidente Martín Vizcarra el domingo 15 a las 20.00Hs. En el art. 8-2 dice que las personas que lleguen del exterior no podrán circular hasta no cumplir la cuarentena que se establece en quince días calendario. Nos entregaron un formulario de declaración jurada COVID-19 que debemos completar y entregar al médico que nos controlará al bajar. Las cinco horas de vuelo se tornaron densas e inciertas, percibimos un viaje extremadamente largo.

Arribamos al Aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Nos recibieron los médicos, ataviados con protección extrema. Nos tomaron la temperatura y comenzó nuestra odisea. Debíamos hacer migraciones, sino nos retornaban a La Habana, eso implicaba que debíamos salir del embarque ingresando a Perú. Apenas llegamos nos comunicamos con la embajada Argentina en Lima y dijeron «que ellos no nos podían dar una respuesta y que la embajada abría a las 9Hs.» En la ventanilla de Latam nos dijeron que ellos no podían hacer nada y que la cancelación dependía de medidas extremas, que el aeropuerto cerraría a las 23.59Hs y ellos se irían. El aeropuerto era un caos, todo el mundo corría sin dirección y la mayoría llevaba barbijos, el personal del aeropuerto no brindaba ninguna indicación, solo repetían que cerrarán sus puertas y que allí no quedaba nadie. En lado externo en cada puerta de ingreso había personal de seguridad armado impidiendo la circulación de personas y vehículos. Los medios locales estaban registrando los sucesos. Al interior había cientos de personas atiborradas en los mostradores de Latam y de Aerolíneas Argentinas, cuyo último vuelo era a las 22.45Hs. No hubo ningún protocolo de higiene ni de contención, los consulados brillaron por su ausencia. Algunos del grupo habían estado por la tarde en el consulado argentino sin obtener respuesta, filmaron un video que se viralizó en los medios argentinos donde podía verse que el señor que los atendió lo hizo detrás de una reja y con guantes de látex, diciendo que no podían hacer nada, que era una situación atípica.

Nos registramos en un listado de Aerolíneas Argentinas y completamos un formulario on-line de cancillería, poniendo todos nuestros datos y volviendo a completar el formulario que llenamos en el avión. Además se armaron varios grupos de Whatsapp: los que volvimos de Cuba y los que nos unimos en el aeropuerto. A medida que fueron pasando las horas la gente comenzó a desaparecer quedando allí un número aproximado de ochenta personas. El último vuelo fue completo, subiendo al mismo algunas de las personas inscritas en ese listado.

Un primer encuentro con la realidad de Lima fue el mensaje que afuera «era muy peligroso quedarse», «que deberíamos ir a un hotel y desaparecer de ese radio».

Los hoteles tenían precios exorbitantes, no obstante nuestra realidad nos permitía afrontar ese gasto con tarjeta de crédito. Pasamos el dato para que otros pudieran reservar en el mismo hotel que conseguimos por intermedio de un familiar desde Argentina. Entre idas y vueltas, acuerdos y desacuerdos con el grupo, se acercó la hora del cierre del aeropuerto. Debíamos tomar un taxi que nos llevara hasta el barrio de San Isidro. Un nuevo problema se suscitó cuando llegamos a la empresa de taxis y estaban cerrando, negándose a subir nuevos pasajeros. Una señora le pidió por favor que la llevaran al hospital, que quedaba cerca de nuestro destino, y le pedimos llorando que nos llevara a nosotros también. El chofer accedió y nos trasladó a las cuatro. En el viaje notamos al taxista muy nervioso, y nos dijo que se estaba arriesgando, que ya era «como un toque de queda». Veíamos muchas fuerzas de seguridad con armas largas controlando el tránsito: era un caos. Toque de queda, la calle militarizada, imágenes y sensaciones que aún no lográbamos articular con la realidad de los últimos días.

Llegamos al hotel. De inmediato se inició un protocolo de seguridad, que incluía consultas al abogado del establecimiento, mientras nosotras permanecíamos afuera. Luego de una serie de preguntas sobre nuestro lugar de origen y considerando que éramos tres mujeres, nos permitieron pasar, nos dieron guantes de látex y alcohol en gel. Nos aclararon que si ingresábamos deberíamos pasar la cuarentena allí. Al comentarle que dada la hora no podíamos dirigirnos a la casa de un amigo de la familia que es médico, nos comentó que era su responsabilidad hacer respetar la cuarentena en su casa y que debía ir a buscarnos personalmente. Aceptamos quedarnos bajo esas condiciones. Nos informó además que el suministro de agua y de alimentos eran limitados en la ciudad. Pidió que comprendiéramos que se trataba de una situación de «guerra». Fue la primera vez que escuchamos esta palabra y fue suficiente para que todo aquello que no lográbamos articular en nuestro viaje desde el aeropuerto hasta el hotel, comenzara a tener sentido. Su trato fue cordial y amable, sintiéndonos por primera vez contenidas. Su nombre es Américo y estamos profundamente agradecidas. Nos proveyó de una botella de agua para cada una y nos hizo una sopa instantánea que compartimos entre las tres. Esa noche, aunque teníamos todas las comodidades y estábamos agotadas, casi no pudimos dormir. A la mañana siguiente nos comunicamos con una de las chicas con la que volvimos de Cuba, quien nos dijo que todo el grupo había podido hospedarse en el hotel en el que nos encontrábamos. Desconocemos qué sucedió con los que quedaron en el aeropuerto.

Esa mañana comenzamos la conexión con Alex, un médico amigo que nos podría alojar en su casa. Acordamos que vendría cuando le dieran un salvoconducto para poder circular, ya que la noche anterior habían prohibido la circulación de automóviles. Luego de una hora nos buscó y salimos del hotel. Nos dirigimos hacia su casa en las afueras de Lima donde vive con su esposa Gabi, que nos recibió con mucha calidez.

Nuestra estadía en cuarentena

Desde entonces estuvimos todos en cuarentena. La información comenzó a llegar de forma caótica, a cada minuto surgían nuevas versiones. Especulaciones y noticias de argentinos en situaciones críticas: sin alojamiento y durmiendo donde podían, sin comida ni agua, sin dinero y sin medicación, con la amenaza permanente de ser detenidos por la policía en un toque de queda ya decretado oficialmente desde las 20Hs, y que se extendería hasta las cinco de la mañana.

Comenzó la información sobre la repatriación de extranjeros en Perú y de peruanos en el extranjero. A través de las noticias nos enteramos que había muchos argentinos en otras partes de Perú, tantos como en Lima. La incertidumbre y las fakenews nos tenían en permanente estado de alerta, ilusionándonos con el regreso. La información televisiva nos iba mostrando la gravedad de la situación del COVID-19 en el mundo y el acatamiento de las medidas restrictivas para la población peruana.

Tuvimos contacto con medios televisivos, radiales y gráficos de Santa Fe, Rosario y ciudades del sur de la provincia de Córdoba. Intentamos dejar plasmada la situación de muchos argentinos que la estaban pasando mal, sin ninguna respuesta de los organismos oficiales argentinos, por medio de las redes y de las entrevistas suministradas a los medios. En esta situación fuimos conscientes que lo logrado fue por el reclamo colectivo y la viralización en las redes de esta situación, comprendiendo que la única forma en la que se activaron los organismos estatales fue a consecuencia de la utilización de estos recursos.

Vuelta a casa

El día sábado recibimos la noticia de que habíamos quedado en las listas de los Aviones Hércules de las Fuerzas Armadas. La publicación oficial de las listas se realizó a las ocho y media de la noche y especificaba que a las siete de la mañana del día siguiente debíamos asistir a la embajada con nuestros documentos y bolsos. La vuelta a casa ya era un hecho. Estábamos contentas, aliviadas y a la vez incrédulas. Tantas veces habíamos estado cerca de volver y no lo habíamos logrado, que nos costaba creer que esta vez fuera real. A esto se le sumaba el miedo de viajar en estos aviones, una experiencia totalmente nueva y diferente. Nos habían dicho que no eran aviones para pasajeros, que viajaban en «modo paracaídas», que hacían mucho ruido, que eran como un depósito con alas.

Debatimos entre nosotras si viajar igual o esperar que salgan más vuelos de Aerolíneas, los que estaban a la venta tenían un valor de $75000. Finalmente y por suerte, decidimos volar a pesar del miedo y las dudas. El domingo nos levantamos a las 5:30 de la mañana. Gaby y Alex nos habían dejado algo para desayunar, además de una bolsita con comida por si en el avión no nos daban nada. Estábamos ansiosas. A las 6:15 paso por nosotros Víctor, un conocido de la familia que había sido el único en ofrecerse para buscarnos, teniendo en cuenta que en Lima había toque de queda hace ya varios días. Nos despedimos de Gaby y Alex, y subimos al auto.

En el trayecto hasta la embajada, nos detuvieron una vez pero nos dejaron continuar. Cuando llegamos, había muchas personas haciendo fila, manteniendo cuidadosamente la distancia unos de otros. Todos con barbijo y guantes. El silencio era sepulcral, estábamos expectantes. Llegaron tres colectivos de las Fuerzas Armadas de Perú y se estacionaron frente a la embajada. En orden fuimos acercándonos. Nos pedían el pasaporte y revisaban que nuestros nombres estuvieran en la lista. Poco a poco ocupamos los colectivos y partimos para la base aérea. Una vez allí, pudimos ver los dos aviones en los que volveríamos, estaban junto con otros de distintas aerolíneas. Bajamos y debimos formar filas tomando distancia, para luego ingresar a los mostradores donde nos indicaron qué número de vuelo teníamos. Antes de llegar, un señor de las Fuerzas Armadas subió al colectivo y comenzó a leer nuestros nombres, indicándonos a qué avión subir. Los aviones estaban abiertos, se entraba por la parte de atrás. Tal como nos habían anticipado, parecía un depósito. Nuestros bolsos y valijas estaban en la parte trasera, atados, todos juntos. Previo al ingreso, nos midieron la fiebre con un termómetro digital. En la parte posterior del avión estaban nuestros asientos cuyos respaldos flexibles estaban hechos con cintas de nylon entrecruzadas y sobre cada uno había una cajita con comida y un agua.

El ruido que hacía era ensordecedor. No podíamos escuchar ni nuestras propias voces. Además, solo tenía un par de ventanitas pequeñas. Daba una sensación de encierro. Al inicio del viaje hacía mucho calor, el piso estaba tan caliente que calentaba el agua de nuestras botellas, a medida que pasaron las horas y fue entrando la noche, el ambiente comenzó a enfriarse. El despegue fue rápido y sin mucho movimiento. Finalmente el vuelo fue más tranquilo de lo esperado, el avión era estable, pero el ruido era constante y el tiempo no avanzaba. Fueron siete horas en total. Por la inestabilidad de los asientos, el ruido y los nervios, era difícil dormir a pesar de que estábamos todos agotados. Cerca de las 21Hs aterrizamos en El Palomar provincia de Buenos Aires. Los medios de comunicación estaban allí, detrás de las rejas. La información que recibimos era todo lo contrario de lo que transmitían. Amigos y familiares que nos seguían por TV nos decían que tendríamos que hacer la cuarentena en un hotel de Bs.As. Ya no reparamos en esas contradicciones, pues todo el tiempo estuvieron presentes y además porque la alegría de estar en suelo Argentino era inmensa.

Hoy, con unos días de distancia, no podemos dejar de reflexionar sobre la percepción de vivir un clima de guerra, aunque nunca hayamos participado de la misma: el silencio, las sirenas, el toque de queda, el temor. Ante esta significación del espacio y del tiempo se configuraba un nuevo enemigo, y aunque en el discurso «oficial» ese enemigo llevaba por nombre COVID-19, en la práctica era aquel que permanecía cercano a nosotros, sea o no sea conocido. Esta sensación de desconfianza y de prevención de ese otro, nos volvía ermitaños y esquivos, cuando en realidad era el momento para estar más cerca. La tendencia al aislamiento nos subsume en un mundo oscuro y perdurable. El desafío será entonces, repensar la situación y crear nuevas formas de resistir y estar en comunidad, hasta que esto haya pasado.

Para cerrar citamos al Dr. argentino Carlos Rodríguez Loprete quien nos dijo en relación al COVID-19 «Además de lo científico lo único que modifica la tasa de contagio es la solidaridad, valor olvidado y mal entendido».

Gracias a todos, familias y amigos por la contención y la difusión. Por fin estamos en casa.


*Agradecemos a Radio Universidad, Radio Mitre de Rosario, Canal 6 BBT6, Multimedios corral y Donají Alma Grande de Corral de Bustos y a El Dedo en la llaga de FM Tango 98.7 y a LT3 AM 680.


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