Cuentos | Princesas - Por Matías Magliano | Ilustra: Higo

Le había dicho que no. Que ni se le ocurriera. Que ni loca pensaba salir con ese muñeco horrible en la sesión de fotos. Lleguemos a un acuerdo, dijo la madre: si Porota no sale en ninguna foto, cancelo al fotógrafo y nos quedamos sin álbum. ¡Mamá!, protestó Simona, ¡eso no es un acuerdo! Porota o nada, insistió la madre. Tendrían dos álbumes de fotos: Antes y Durante. No sacarían fotos del después. El álbum Después serían las fotos del casamiento. Antes eran unas veinte o treinta fotos de Simona sola en distintas locaciones. Simona sentada en la hamaca de la casa de la abuela. Simona recostada sobre el banco de madera de la plaza del barrio. Simona de pie apoyando la planta contra la pared descascarada del cuartito. Simona echada entre las hojas de los robles. Simona en el umbral de la puerta de su casa y Simona, en su cuarto, sobre el cubrecamas rosa abrazando a Porota y sonriéndole a la cámara. El fotolibro tenía una segunda parte donde estaban las fotos de Simona, con mucha más ropa, vestida elegante, junto a su familia. Cualquiera de las fotos de la primera parte, podrían haber sido de la revista Caras o tapa de Gente. Incluso para una portada de Pronto se podría haber elegido la foto de Simona en su cuarto, en pijamas, junto a Porota. Cualquier foto con la familia podría haber sido una foto de la familia Real.

—Los chicos me van a cargar, Mamá.
—No seas pava que estás hermosa, querés.

Seis meses antes de su cumpleaños, Simona había dejado de comer. A la mañana, en la escuela, tomaba un té y al mediodía un segundo té. Para el almuerzo llevaba siempre en la mochila galletitas de agua o integrales light. Simona últimamente almorzaba esas galletitas en el baño del colegio. Y durante el día tomaba agua, mucha agua, a veces soda, pero decía que el gas la hinchaba. Para el día de las fotos llevaba adelgazados seis kilos y se sentía feliz. Así flaca estás hermosa, había dicho Mamá. Papá le había sugerido en el cumpleaños anterior que en las fotos quedaría horrible así de gorda. Ella se acordaba siempre de la sugerencia de Papá. Era un hombre de pocas palabras que las decía únicamente si era necesario y si estaba seguro de tener razón.

Ilustra: Higo

Mamá dijo que en las fotos así, con seis kilos menos, estaba mucho más linda. Ella siempre decía lo mismo, no había diferencia entre lo que decía ahora y lo que opinaba cuando Papá sugería adelgazar algunos kilos: Dejala, que así está hermosa, había dicho Mamá, y entonces ahora Simona no sabía en quién confiar. Papá decía que si no bajaba unos kilos jamás conseguiría novio. Le hubiera gustado preguntarle qué piensa ahora, pero estaba ocupado entre listas de invitados y detalles del salón. Había elegido la marca del vino, el menú y tenía casi terminada la disposición de las mesas. Hablaron con Simona sobre el ingreso al salón, él la llevaría en el auto, lustroso, recién lavado; estacionaría en la puerta y ella no tendría que abrir sino hasta que él diera la vuelta al auto y reclinándose la invitara a bajar. Simona con su vestido y su ramo apoyaría primero un pie, luego el otro, y sonriendo, esto era muy importante le había dicho el fotógrafo, sonriendo se pondría de pie. Se quedaría así unos segundos y después empezaría a caminar lento, paso a paso, mirando a los invitados (nunca al piso) hasta ingresar al salón. Junto a la entrada, en un atril, estaría impreso el fotolibro Antes, luego la pista de baile y enseguida las mesas. Una de las más próximas sería para los padres de él, y la otra para los abuelos maternos. Esto es para que las nonas puedan ver bien el baile, porque sino se pierden todo, había dicho. En las mesas siguientes estarían los tíos, los primos, algunos vecinos del barrio, pocos, no querían algo muy grande, y en las últimas dos mesas los amigos más cercanos de la oficina de Papá. Si le parecía bien –consultaba con Simona–, podrían poner al final una mesa bien larga para todos los chicos del colegio y otra mesa para las chicas de hockey. Simona había dicho que estaba bien, pero que le pedía que consultaran con los mozos para que sirvieran algunas cervezas en las mesas de atrás. El Papá prometió intentarlo, pero le advirtió que lo veía difícil porque en los salones no está permitido servir alcohol a los menores. Simona le recordó que en los cumpleaños de Paulina y de Caterina dijeron lo mismo pero al final había y la pasaron súper.

Para el momento de la entrada Mamá peleaba la batalla con Luis Miguel como estandarte: «Sueña» sería perfecto para una noche así, decía, imaginate; a mí me hubiera encantado poder entrar con una canción así. Papá, en cambio, decía que eso la haría quedar ñoña, y le daba dos opciones: contratar unos tenores o poner a Julio Iglesias, que sabía de estas cosas y que ya había compuesto «De niña a mujer». Aceptaron que Simona descartara a los tenores y algunas tardes le hacían escuchar una y después la otra y le pedían que decidiera. Simona lo único que dijo fue que no quería volver a escuchar jamás esas canciones. Terminaron eligiendo una de Coldplay que habían escuchado en otra fiesta y después «Lollipop» como primer tema para arrancar el baile. Arreglaron así. El resto corría por cuenta del dj, y dejaba en manos de Simona armar su propia lista de canciones.

—Lo único, sí, hay una cosa que te voy a pedir—, dijo Papá—: Quiero que bailemos el vals.
—¡Papá!
—Un ratito, nada más, pensá en las fotos, es para eso. Y para las abuelas. Vos sabés el esfuerzo que estamos haciendo con tu mamá para la fiesta.
—¿Y?
—Nena, cada álbum cuesta ochocientos dólares, ¿sabías?
—No lo hagan.
—Simona, haceme el favor, con el tiempo lo vas a agradecer. Vas a estar hermosa, todos van a hablar de la fiesta.

Para el día del salón Simona traía en total diez kilos menos. A último momento volvieron a llamar a la modista para que ajustara el vestido. Estás muy flaca, nena, dijo la modista. Así estoy bien, contestó Simona. Tenía levemente hundida la piel de la clavícula y los pómulos sobresalidos. Detrás, con la espalda descubierta, también asomaban, incipientes, los omóplatos. Las alitas de los ángeles, le hubiera gustado que dijera Blas. Por la flacura en los ojos parecía iluminada todo el tiempo desde arriba por una luz cenital, como si tuviera las ojeras remarcadas y unas patas de gallo decaídas. Una tristeza que Simona estaba lejos de sentir. El fotolibro había quedado espectacular, así coincidieron ella y sus amigas que lo vieron durante los preparativos. Terminada la fiesta, ¿me escuchás?, volvés a comer, dijo Mamá. Simona le respondió que no se preocupara, que no tenía pensado seguir adelgazando, que se quedara tranquila que así estaba bien.

Mirá, en esta foto todavía está media rellenita la flaca gorda, dijo Paulina justo antes de que Simona llegue a ver con ellas el fotolibro. Chicas, antes de irse tienen que firmar acá, les dijo. Firman y se llevan este imán para ustedes. Carolina señaló la foto con Porota, y dijo: Estás hermosa Simo, sobre todo en ésta, y se rieron.

Ilustra: Higo

Buena vida y que estemos x100 pre juntas!!! estaba escrito en una foto. Guacha divina: porque se cumplan todos tus deseos, decía otra. Amigas forever, Feliz Cumple. Simona, sos lo mejor que nos pasó en la vida, te queremos mucho, tus abuelos. Para que la princesa llegue a reina, las chis de hockey. Simona no encontró la firma de Blas.

—Simona Fabiana Reyes, nunca, pero nunca más te dejo que pongas el libro ahí para que lo escriban esos pendejos pelotudos; ¡arruinar las fotos así! Decime vos si tenían que dibujar hasta un pito y echar a perder tanto esfuerzo. Ya vamos a averiguar quiénes fueron… y yo ya sé muy bien quiénes fueron. ¿Cómo hacés para aguantar a esos pelotudos todo el día, me decís? Le vamos a pegar algún sticker encima. No se puede guardar una cosa así… Simona, ¿me escuchás?, voy a preparar la comida y en un rato te llamo a comer.

En el álbum de la fiesta Simona parecía haber cumplido 22. Era toda una mujer. En la tapa del fotolibro ella estaba entre Mamá y Papá. Mamá sostenía en una mano a Porota y Simona recién se dio cuenta cuando vio la foto, en la fiesta ni lo notó, pero no le importaba, ahora le gustaba verla ahí. No le iba a decir nada a Mamá para que no se preocupara, pero bajaría un kilito más y listo. Sería suficiente. Blas se había reído de su vestido y ni una vez la había sacado a bailar. Quizás Mamá tuviera razón y en definitiva no fuera más que un pendejo pelotudo. Prendió la computadora y puso música a todo volumen. Se acomodó los auriculares y abrió su diario: Siento que pasaron muchas cosas, y me siento lejos de Papá y de Mamá. Prometo que esta es la última vez que escribo Blas. Cerró el diario, agarró a Porota, le dio un beso y la sentó sobre el ropero. Porota quedó con la cabeza caída sobre un hombro y despatarrada. La tela estaba por demás de manoseada y parecía a punto de convertirse en esas cosas que son puro nombre y que no se olvidan jamás. Le hubiera gustado ver las fotos del álbum, verlo a Blas, pero esta semana le tocaba a una abuela y después pasaría a la otra. Se quedó un rato mirándose el pecho, abrió el diario otra vez y escribió: Si en dos años no solucionamos esto, de regalo de cumpleaños pido las lolas.

—Nena, a ver si empezamos a escuchar la música un poco más bajo—, la sobresaltó la voz de la madre detrás de su hombro y se apartó el auricular de la oreja—. Ya está la comida—, dijo.
—Ahí bajo


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