Dos amigos en el centro de una canchita de barro
separados por diez metros
con una bolsa de poxirran cada uno
con una cantidad similar en cada bolsa
observándose mutuamente desde ángulos aberrantes
soplando a una frecuencia parecida.
Vimos a la luna hablarnos
se nos acercó,
nos murmuró unas palabras con eco eterno,
un eco perfumado de sueños.
Quedamos paralizados
respirando mezcla de terror
con paz inter-galáctica…
La luna se acercó aún más para sonreírnos
y luego se diluyó entre las paredes de los monoblocks.
Nos miramos con mi amigo Yoyo (ya muerto)
de un año más chico
y lo comprendimos sin requerir del idioma
habíamos compartido una idéntica experiencia sensorial
habitando dos cuerpos diferentes.
Gracias al poxirran
teníamos nuestro júbilo
yuxtapuesto al subdesarrollo.
Gracias al poxirran
fuimos bautizados por la luna.
Agradezco,
que existan entre las mercancías (aunque sea a pesar suyo)
formas de sacudir nuestra somnolienta apertura perceptiva.
Alucinar por la potencia de un pegamento de zapatos
en plena malaria económica
rodeado de un barrio agitado.
La malaria arrojó a más personas
al desamparo de la calle.
La vida era más comunitaria
había más público en las esquinas
porque había menos trabajo.
Y nadie soportaba estar adentro de esas casas porcinas
quedarse allí adentro era perderse la posibilidad
de pescar alguna dádiva
de la precaria y puberta delincuencia
héroes del infierno que nos suministraban
la ración indispensable de proteínas.