La iridiscencia del final del camino se impone como una necesidad en la lógica que estructura las más ínfimas interrogaciones sobre el futuro. Este es el íntimo rechazo de esa imposición que se asume desde la lógica y conquista, sucedáneamente, cada uno de nuestros poros sensibles.
No, llegar no. Como suspendido en el viento.
Arriba, inmerso en lo alto, planear.
Caer flotando siempre. Eternamente volar. No, no quiero llegar.
Ser al que están aguardando. Con la cama y la mesa tendida.
Y el baño caliente. No. No, llegar no quiero.
Sin dirección ninguna. Ni esperanza.
Permanecer andando. Llegar no quiero, no.
Que el techo no sea arriba.
Con las estrellas abajo y las espinas en el cielo.
Que al morder, la fruta sea esa, la nueva.
Que la memoria no me quite la novedad del sabor.