Crónicas | Tres idiotas en busca de una imbécil - Por Marianela Druetta Mayotto 

Un año antes de ¿celebrar? el segundo milenio, Lars von Trier atravesó el cine con una apuesta picante que jugaba en el límite que separa a la razón de la locura, lanzando interrogantes acerca de cuán cierto es todo lo que vemos. Desde otra superficie, pero con el mismo vértigo, las tablas sostienen (y sacuden) aquellos interrogantes, que no sólo siguen vivos sino que atacan con mayor fuerza las certezas que creemos poseer. 


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Jueves, y yo poniéndome las medias para marchar rumbo a la sala. Pensé que hacía más frío, creo que mi abrigo fue exagerado. Sólo seis cuadras por delante, un camino habitual. Llegué, como casi siempre, algunos minutos antes de que arrancara la función y atravesé una vez más esa alta puerta que unas cuantas veces me vio pasar. Adentro ya había algunas personas; en la recepción unas cuantas caras conocidas. Me senté y miré detenidamente a los espectadores a medida que iban llegando. Casi todos acompañados, muchas parejas, no sólo de novios, sino de amigos, conocidos o parientes quizás y apenas una mujer sola (sin contarme a mí). Pero a pesar de las compañías, creo que todos estábamos allí compartiendo nuestra soledad.

Entre algunas charlas y tantos pensamientos, llegó el momento en que dieron sala. Esperé a que entrara la mayoría y me senté bastante atrás; una silla de por medio entre aquella mujer sola (o quizás era otra, no sé) y yo. Una luz azulada permitía ver el cuadro del escenario: en él, una cama, una mesa de luz, otra mesa con varias botellas de alcohol, una silla, un perchero, cada objeto de un color o material diverso, con un aire al pastiche de muebles que hay en mi departamento. Olvidaba un detalle importante: varios dibujos de Bambi colgados en esa «habitación». La obra todavía no había arrancado, se escuchaba apenas una música de fondo y las luces tenues aún alumbraban a los espectadores, hasta que una canción irrumpió en el ambiente tranquilo de la sala.

«Algunos nacen idiotas, otros aprenden a serlo»

Arrancaba así Los idiotas, de Calle 13. Muchos nos dispusimos a escucharla y sonreír cada tanto; otros continuaban hablando despacito, esperando que entraran los actores a escena. No hizo falta, un apagón los comprometió a callar. Cuando volvió la luz, el cuadro era otro: en él, Franco Sosa, Manuel Iglesias y Pablo Herrero estaban congelados como tres idiotas. En verdad ya no eran ellos, o quizás sí, algo de idiotas siempre tenemos ¿no? Lo cierto es que enseguida el cuadro cobró movimiento y, unos segundos después, algunos planteos absurdos empezaron a salir de sus bocas. Sus voces, sus cuerpos y sus vestimentas los convertían en esos estereotipos de personas que te encontrás de vez en cuando: una especie de nerd, un tipo agrandado y otro, más canchero todavía. En un momento inesperado se extendió el cuadro y apareció Ayelén Peralta para personificar a una imbécil. Las risas fueron inevitables. Este personaje no se limita a una burda imbecilidad, es más bien una imbécil con carácter fuerte. Demasiado torpe, siempre va de frente, no se guarda ningún comentario y me causó gracia que de ese cuerpo tan pequeño de la actriz saliera tan grande temperamento. En sí, cada uno tenía características bien definidas, pero a medida que avanzaba la obra estos personajes fueron mutando: en cuestión de instantes, de pareja pasaron a ser amigos, a hacerse los afeminados, a simular el rol padre e hijo, psicólogo-paciente, entre otros papeles.

Fragmentos de humor

Pude ver varias situaciones descabelladas entre los personajes, siempre acompañadas por el humor. Algunas orientadas para el lado de lo sexual, todavía tengo la imagen del personaje que se excitaba cuando le metían el dedo en la oreja con crema de afeitar y del otro que se masturbaba con el cuadro de Bambi. Confieso que para las comedias no soy la mejor espectadora, ya que no tengo una risa particular. En verdad, me río sin sonido y por momentos me hubiera gustado largar una carcajada como muchos lo hicieron.

Rosa, la imbécil, mujer de uno, de repente esposa de otro, embarazada no sé de quién, con ayuda de los tres idiotas, intentaba mostrar, quizás, la idiosincrasia del desamor.

No puedo dejar de mencionar el texto de Leo Maslíah, el dramaturgo, que todo el tiempo genera disparates humorísticos. En sí, la historia no posee una narración lineal y coherente, sino en fragmentos repletos de juegos con el lenguaje y el absurdo, de encuentros y desencuentros entre estos cuatro personajes. Las mismas palabras los engañaban, querían expresar algo y terminaban en muchos casos sin comprenderse y enredándose en sus mismos discursos.

Terminando la crónica, me pregunto acerca de la idiotez, y creo que algunas cosas de las que vi de aquellos personajes no sólo las veo en mi entorno, sino en mí, y me repito una frase de la canción de Calle 13: «Un idiota es el que cree que todos son idiotas menos él».


Contacto

Tandava Sala

Actúan: Franco Sosa, Manuel Iglesias, Pablo Herrero y Ayelén Peralta
Dirección: Leandro Aragón

 


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