Una mueca deforma el semblante y acomoda al cuerpo para lo que vendrá. El humor atraviesa el aire mientras se apropia de la sala, en sintonía con los caminos que el absurdo propone. Detrás de cada ironía, de cada hipérbole, los tejidos de la cotidianidad se reflejan directamente y resignifican el libreto. Las risas marcan el pulso y el inconsciente domina las acciones: la cordura es apenas una sospecha
Por Mariel Ghilino | Especial para El Corán y el Termotanque
Carcajadas en todas las tonalidades, intensidades y alturas. Hasta las risitas más tímidas formaron parte del gran colchón sonoro que se tejió a medida que se iban enhebrando los desopilantes personajes en la historia. Un Big Bang de risas expansivas, la complicidad en el humor, pasar un momento de relajación que me hizo olvidar del calor y otros males. En resumen, ir al teatro a ver Matar al diván fue un plan acertado.
La locura es como la risa, tiene todos los bemoles, se expresa libremente y hasta puede ser contagiosa. Si no me creen, los invito a pensar en nuestro personaje principal: un psicoanalista al que le empieza a tambalear la cordura, en quien se producen contradicciones profesionales, morales y afectivas. Se puede pensar también en su secretaria, una señora osada e impulsiva que no repara en protocolos ni formalidades, que intenta venderles juguetes sexuales a los pacientes del Doctor. No sabemos si gracias a su forma de ser o pese a ello, su protagonismo va en aumento hasta ganarse la confianza de los que van al consultorio buscando estar mejor.
Estas tensiones se dan también en un nivel más general, el de las diferentes maneras de tratar y vivir la locura y la neurosis: en el caso de la secretaria, su creencia en prácticas orientalistas, en las que prima la Autoconciencia; por parte del Doctor, su uso de la terapia psicoanalítica del inconsciente, formal y hasta elitista (si pensamos en el carácter tradicionalista de su madre, también psicóloga). Cada práctica habla desde la construcción de su verdad conviviendo con las otras en constantes roces y fricciones. Las críticas y reproches de los que se valen los personajes para desestimar las creencias del otro se van volviendo inconsistentes frente a sus propias desestabilizaciones.
Los pacientes dejan de ser el único foco de locura, para convertirse en el único grupo que está más cerca de encontrar una cura. Ellos mismos «matan al diván», haciendo de su locura un conflicto dinámico, sublimado y productivo. El conjunto nos muestra que todos somos un poco locos y que nadie vive sin contradicciones y vaivenes. Por eso les digo que en Matar al diván no van a ver un desfile de locos reflejando un abanico de síntomas estereotipados, ni tampoco secuencias obvias, presas del chiste fácil: verán, en cambio, giros inesperados que suman a la sorpresa y al humor.
Pero no todo es risa, los momentos de reflexión no se pierden: «Es como tu mamá», escuché que le decía una chica a un muchacho refiriéndose a un personaje. Éste le sonrió, pero rápidamente dirigió su mirada al escenario mientras negaba con la cabeza. «Chiste, chiste», le devolvió ella. Esa situación me recordó lo que alguna vez escribió Freud («Todo chiste, en el fondo, encubre una verdad») y sonreí para mí misma. A las claras, yo veía en ese personaje de madre autoritaria rasgos que tal vez más de uno encontraba en la suya y se reían.
Creo que la eficacia de esta comedia se encuentra, más allá de las impecables actuaciones, en la cuota de protagonismo de cada personaje, y por lo tanto, de la cantidad de identificaciones que puede producir en el público. ¿Qué mejor que distenderse, en la creencia de reírnos de otros, riéndonos de nosotros mismos?
Contacto
Integrantes
Actúan: Liliana Gioia, Juan Carlos Abdo, Jorge Ferrucci, Juan Pablo Cabral, Ana Tallei, María Celia Ferrero, Juan Pablo Biselli y Camila Olivé.
Dirgen: Romina Tamburello y Poli Chavez