Crónicas | Una tragedia argentina - Por Lautaro Lamas

Atrapados en el resabio del costumbrismo argento, un grupo de actores – que somos todos nosotros – exploran los contornos de las miserias y los afectos que envuelven a la cotidianidad. Nuestro cronista confiesa carcajadas en un texto que describe una obra que no se conforma con los circuitos del absurdo, sino que nace desde allí para resignificar los vínculos, en un tejido de amores, vicios y tabúes. 


Entramos al Cultural de Abajo como quien ingresa a un estadio de fútbol: larga cola que avanzaba lenta y apretujada, espaldas y cuellos delante, rostros y torsos detrás; en el pasillo faltaba sólo golpear las paredes y cantar, y ni te digo cuando entregamos el ticket, nos metimos en la sala y trepamos las gradas hasta arriba de todo para sentarnos en las últimas butacas, como en esas canchas altas cuando uno elige mirar el partido desde allá arriba casi a la altura de los focos o el autotrol. Unas luces de tonos colorados daban penumbra a un escenario, bonito escenario, lindo estadio el Cultural. Una mesa  y unos asientos sobre un cuadrado delineado en el suelo son la única escenografía en esa caja negra que espera que los actores le salten encima con la mansedumbre de los muebles en soledad. Sonaba una música de sala que personalmente me gusta mucho: hip hop en español.

Luego toda esa cálida penumbra se desvaneció, desapareció el rap criollo, se apagaron los últimos celulares, hubo una transición de silencio y oscuridad, y se prendió la escena; los jugadores salieron al campo de juego, y nuestra atención se disparó al espacio escénico completando el círculo del rito teatral.

La luz blanca en escena nos comprueba lo fácil que es engañar al ojo humano: la mesa y los asientos no eran negros sino magenta (u otro tono que también me engañó), el cuadrado en el suelo era una alfombra de cuadratura multicolor.

Dos personajes recortan ese espacio con su blanca humanidad: uno de bata, cofia, medias altas, chancletas y mascarilla facial; otro enfundado en una especie de calzoncillo overall, una prenda íntima de algodón en cuerpo completo que remarcaba su abultada humanidad poniéndola al servicio de la acción teatral. Parecen un cuadro de cine mudo. Ya  tenemos para entretenernos un buen rato: detalles físicos e hilarantes que nos llevaban a sonreír y continuar con la atención alerta, mirándolos y metiéndonos de a poco en ese comedor que podría ser el de cualquier hogar. Estos dos hombres dispares descubriremos que son hermanos (unidos sean los); y cuando con su blanco y sedoso pijama, la esposa del de cofia, cuñada del de calzón entero, entre al ruedo y salga, ya el reproche quedará sobre la mesa: «Le miraste el culo», «No, no», Sí, le miraste el culo a tu cuñada, mi mujer», reclama el flaco de bata, «Bueno, sí, le miré el culo», confiesa el grandote en overall íntimo. ¿Para qué? A partir de esa, se hilvanarán una serie de confesiones y reproches que agarrate Catalina, que vamos a galopiar.

Una tragedia argentina

La mujer de pijama sedoso y boca roja, el marido de cofia, batón y mascarilla, y el cuñado/hermano de calzón doble y lascivia, visten de blanco; y en esa mesa desarrollan juegos, que con la gracia del texto y sus actuaciones, nos van provocando risa. Falta que entre el hijo/sobrino con su enagua blanca y su rubia peluca, y largue su confesión de parte para que ya las carcajadas resuenen en la platea. El padre no puede creerlo, el tío ya lo sabía, para la madre es demasiado: la sangre tiene pista para correr, sangra la jeta del hijo impuro cortada por la mano despechada de una madre. Encima falta que entre la piba, la hija/hermana/sobrina para que las cortaderas sangrantes, los reproches y las confesiones se sigan multiplicando y expandiendo, casi como un mandala de la mala leche.

La sexualidad, la religión, la infidelidad, el incesto ¿qué otros tabúes faltan nombrar? Cada uno tiene su lugar en esta tragedia/comedia argentina.

La mesa podría ser la de cualquier domingo a lo largo de esta pampa, las formas de insultarse, maltratarse, y cortarse tampoco han escaseado en los hogares patrios. Lo que la hace particular y atrapante a esta historia es su forma de ser contada. Ya el autor, Dalmaroni, uno de los más representados en los últimos años, pela un texto que además de hilarante en su configuración tiene una sonoridad y un juego de palabras que lo mantienen a uno con la oreja atenta. Y el director, Aldo Pricco, como Timoteo dirige la batuta, y sabe que esto se juega cortito y con la bocha al pie. En un registro grotesco, clásico de nuestro teatro,  nos mete en ese mundo de sangre chorreada y secretos  revelados, haciéndonos reír, ¿qué mejor manera de mostrar las miserias familiares?

Porque nos reímos por el juego de los actores, el texto y los dibujos de cuerpos, luces y sombras en el espacio, pero sabemos que es un límite muy fino de cruzar ese que deja a una familia desgarrada al borde de una mesa, víctima y verduga de sí misma.

Cuando la penumbra última marcó el final y la luz volvió potente, transformando a los personajes en actrices y actores saludando, desde las gradas bajaron los aplausos como una cascada; los cinco en la escena saludan en fila y en un momento pensé que levantarían todos juntos los brazos saludando a la tribuna, pero hicieron la clásica: plegaron sus caderas y agacharon los torsos, un par de veces mientras las palmas seguían. Luego desaparecieron tras bambalinas e igualmente todos (salvo una muchacha que se fue apurada, la única que no había apagado su celular) nos quedamos un buen rato en nuestros asientos, apreciando ese cálido momento de transición antes de volver al mundo de afuera, como una tribu que disfruta las últimas brasas de un fogón.


Contacto

Una tragedia argentina

Staff

Dirección: Aldo Pricco
Actúan: Bernardo Vitta, Mariano Raimondi, J. Manuel Raimondi, Ofelia Castillo, A.L Carrafiello, Dannae Abdalla
Asistencia de dirección: Lucrecia Moras


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