Ese llamado tempranero con la voz del jefe encargándole la nota sobre un suicidio, casi que no lo sorprendió porque formaba parte de su posible rutina. Si bien la ciudad era demasiado tranquila, de vez en cuando alguna que otra situación de este calibre sucedía. Pero para lo que no estaba preparado de hecho, era para que ese hombre que decidió quitarse la vida sea su mejor y único amigo.
Igual hasta llegar al lugar no sabía de quién se trataba; sólo sabía que alguien se había disparado y caído al lado de un foso. Así que ahí iba, con la cabeza gacha y las manos en su viejo sobretodo negro. Entre paso y paso, pateaba algún que otro cascote y esquivaba las líneas de la vereda. A veinte metros del cuerpo que yacía en el suelo, se detuvo en seco. No sé si lo intuyó o qué, pero sintió ganas de girar 180 grados y volverse. Pero no pudo. Por eso tomó coraje y encaró hacia el grupito de policías.
-Buenas tardes- dijo casi entre resignación y disgusto -Soy Ernesto Di Partine del Diario La Ciudad. ¿Serían tan amables de darme algunos datos personales del suicida?- concluyó casi exhausto, como si ese simple pedido requiriera un esfuerzo demasiado grande. Es que para Ernesto su labor diaria en el diario local ya lo aburría, su mente estaba volando por cualquier parte y sólo aquel misterioso hombre del bar y todo su entorno, realmente lo emocionaba.
-Sí como no. Carlos Andizorru, contador, 56 años, casado y dos hijos- contestó el oficial de turno.
Ernesto se tomó con sus dos manos la cabeza tapándose la cara y permaneció inmóvil, silencioso e inmutable por unos segundos.
-¿Está bien señor?- le preguntó preocupado el policía.
-Si… No… En realidad no se… Este sujeto era mi mejor y único amigo. No me explico cómo pudo llegar a esto. Él estaba bien económica, laboral y personalmente. Tenía un buen laburo, una linda familia y muchos nuevos emprendimientos- la voz de Ernesto de a poco se iba tornando más intermitente, como una radio mal sintonizada. Como si la angustia o la incertidumbre le fueran haciendo titubear palabra tras palabra.
-En lo que necesite me lo puede pedir, estamos a sus órdenes- dijo el policía y se marchó.
Ernesto quedó ahí. Silencioso y con la mirada firme hacia el cuerpo de su amigo. Pero estaba ahí, sin saber que hacer o como buscando una respuesta a ese trágico desenlace. Y Ahí se aquedó un par de minutos más hasta que decidió irse. Tomó una foto, hizo un par de anotaciones y se dirigió hasta la oficina del diario. Dejó las cosas y pidió el resto de la semana libre.
El viejo periodista necesitaba tomarse un respiro o bien dedicarse a seguir indagando sobre si este hecho lo conduciría a otro, o si el suicidio de su amigo tendría alguna oscura relación con el sospechoso taxista. Al fin y al cabo, el único que sabía de la investigación y un par de datos más, era Carlos. A lo mejor Carlos no se suicidó, sino que lo mataron y lo hicieron porque sabían de su amistad con él y sobre el caso que investigaba. A lo mejor esta era una forma de advertirlo y asustarlo para que deje todo esto. Pero no. Ernesto era muy tozudo y nada lo iba a apartar del camino. Menos aún ahora, que este caso se cobró la vida de su amigo.
Pero en un momento se serenó y reflexionó por unos segundos en silencio.
-¿Quién dijo que la muerte de Carlos tiene que ver con el taxista?- se dijo en voz baja casi enojado -¿Por qué estoy pensando que todo conduce a ese muchacho y su historia?-
Nuevamente Ernesto se mojó en su mar de dudas y no supo qué hacer. Por eso sólo atinó a caminar sin rumbo, como buscando algo que le aclare los tantos o como tratando de encontrar respuestas. Eran casi las siete de la tarde y de a poco el sol le abría paso a la luna; el cielo se iba oscureciendo y en el preciso instante que pasó por el viejo burdel de la ciudad, una mano bruscamente lo introdujo hacia adentro del lugar.
cada dia mejor la historia! salud