Comenzamos con las tiradas de un ensayo escrito por nuestro compañero acerca de la problemática anudada entre el pensamiento de izquierda y la concepción de la nación. Aquí la primera parte…
Por Amílcar Ugarte

Las clases medias son esos focos sociales en donde se ha perdido absolutamente toda autenticidad; lugar donde deambulan seres a disgusto, banales soñadores que solo acumulan mayor resentimiento; porque son a las clases medias hacia donde se dirigen todos los enunciados patrocinadores de un modelo de consumo y competencia tenaz. Pero, bueno, también vale aclarar que no toda la clase media se define por esos caracteres y hay una porción de ella que acompaña en el movimiento a las clases trabajadoras e integra la franja nacional.Cuando hablamos de las derechas, no hay que olvidar, no hablamos solo de un grupo derechista que aparece maquillado, negando su carácter de clase –porque se fundamentan en la muerte de las ideologías y de los grandes relatos-, sino que también se trata de un grupo acentuadamente anti-nacional que pretende hipotecar el patrimonio nacional y echar por tierra cualquier posibilidad concreta de realizar un proyecto de nacional.
Porque nación no es una entidad espiritual, una fuerza intangible, que reúne a todos bajo un mismo sentimiento armónico y romántico; nación es una concepción absolutamente material: nación es esa tierra que reúne e identifica y de la cual todos, al ser miembros de la nación, somos sus dueños. Es, podríamos decir, aquella espiritualidad llevada a la práctica. Si vemos bien, ese nacionalismo que vastos sectores de insospechable izquierdismo defienden a capa y espada, tiene grandes semejanzas con el comunismo; es, digamos, un comunismo espiritual. Solo que ahí no hay problemas, ahora, cuando algunos locos de remate pretenden transcribirlo en la materia, es cuando eclosionan.Es esta indiferencia con respecto a lo nacional el punto de contacto con amplios sectores de la izquierda. Contacto que, por cierto, nos lleva a pensar, ¿Ese dominio casi tiránico de las derechas anti-nacionales no se deberá, en parte, a cierta torpeza política de la izquierda? ¿Hay responsabilidades compartidas, explicaciones lógicas y descifrables, o estamos ante la presencia de la derecha como un demonio muy malo que no se apiada de un grupo de izquierda laborioso e insistente, además de ser inmaculado? ¿La contundente hegemonía derechista no se deberá, entre otras cosas, a que la izquierda nunca supo cómo hacer para pararse dentro de la lista de adversarios confiables, convincentes y con posibilidades reales de poder? ¿No habrá algo de exclusión por errores no forzados? Son algunas puntas que, en una profunda auto-crítica, la izquierda debería ver y rever varias veces para comprender y poder presentarse como una fuerza transformadora con posibilidades fácticas y dejar ya esa celda de ensimismamiento y soledad en la que terminó, de una u otra manera, encerrada.
El fantasma de la dictadura sembró terror y cosechó actores políticos castrados, olvidadizos de aquella esencia material caracterizada en la nación –no como categoría abstracta sino como expresión práctica-. Ni los –en apariencia- más revolucionarios y disconformes lograron salvarse de la castración.