Cuentos | Tiempo perdido - Por Pablo Díaz

Creo que elegí el momento oportuno para escribir acerca de lo sucedido en los últimos meses, sin embargo, aún no me siento preparado. Los hechos se encuentran aún desordenados en mi mente. Vislumbro aquellos sucesos desde una perspectiva lejana, nebulosa, como si no me hubieran ocurrido a mí y los hubiera oído de alguna conversación de extraños en el subte. Pese a todas estas dificultades que menciono, no revocaré mi decisión y continuare expulsando estas líneas.

En el momento en que me preparé mi café bien cargado, encendí mi tercer cigarrillo del día y me senté en mi antigua Remintong, decidí transmitir mi historia a los demás. De esta forma podría respirar más tranquilo. Necesito liberarme de esta terrible sensación que aún no puedo definir. No sabría decir si es culpa, remordimiento o temor. De lo que estoy seguro es que necesito gritar los hechos a diestra y siniestra para liberarme de estos tenebrosos fantasmas. ¿Por dónde empezar? Intentaré viajar hasta el comienzo y esbozar la historia por completo. Paso por paso.

El primer recuerdo que se me viene a la mente es el de un joven, de mediana edad y corta estatura, el cual crucé por los pasillos de la redacción del diario en el cual trabajo. Después de difundir esta historia, espero continuar allí. En fín, no quiero irme por las ramas. El muchacho en cuestión, jamás había aparecido por ese edificio, o al menos nunca antes se me había materializado frente a mis ojos. Me lo encontré en medio de uno de mis rallys cotidianos que consisten en un recorrido desde la casilla en donde redacto las notas de política hasta la oficina del Jefe de Redacción. En general, mi trayecto es bastante acelerado, por lo tanto si algún ser humano osa cruzarse en mi camino, pobre de él. La cuestión fue que este sujeto, sin intención alguna, quiero suponer, no solo supo entorpecer mi andar, sino que chocó de frente a mí, de manera brusca. Al impactar, ambos despedimos las hojas que teníamos en nuestras manos, y volaron por los aires.

– ¡¡La puta que te parió pibe!!- Recuerdo haberle gritado. Toda la oficina entera se volteó a mirarnos.
– Pe…pe…perdón señor, no fue mi intención, disculpe.- El mocoso fue muy formal, demasiado para mi gusto.
– Se, se, todo bien, pendejo, déjame pasar.- Le dije hablando en un tono bastante grosero.

Todos continuaban mirándonos. No se si es característico de todas las oficinas la curiosidad y el chismoseo barato. Por lo menos dentro de nuestra redacción, aquellas cualidades se encuentran a la orden del día. Viejas tristes y Setentones con problemas de próstata refunfuñando a mis espaldas. No me importó. Abandoné a aquel púber empapado de vergüenza juntando papeles del piso, y nota en mano retomé mi carrera diaria rumbo a la oficina de Romualdo, mi Jefe. Aquí es dónde mis historia se empieza a nublar.

La nota fue corregida, de eso no hay dudas. Romualdo me dijo que la publicaríamos en quince días. Al día veinte aún la estoy esperando, pero aquel no es el meollo del asunto. Lo turbio de mis recuerdos comienza aquella noche, cuando terminé mi jornada laboral y me dispuse a retirar mi auto del estacionamiento. Habíamos acordado con mi esposa, Claudia, que nos encontraríamos allí para ir juntos al cine, ya que ambos trabajamos relativamente cerca. Mi querida esposa se encarga del Departamento de Prensa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el cual defenestro día a día a través de mi pluma de periodista. Se ve que es cierto aquello de que los opuestos se atraen. Volviendo al eje de mi relato, recuerdo que aquella noche, alrededor de las nueve, llegué al estacionamiento y mi auto no estaba allí. Desesperado, llamé a mi compañía de seguros, reportando que me lo habían robado. Mediante obsoletos métodos de rastreo y demás artilugios intentaron algo utópico: encontrar su paradero. Por suerte, aún hay veces que mis prejuicios flaquean y al poco tiempo me llamaron dándome la buena nueva: mi auto se encontraba en perfectas condiciones y se ubicaba en la calle sin número, entre Carlos Gardel y Florida, La Cava. Perfecto, dije, no queda más que ir a buscarlo. En aquel momento no me percaté de lo que estaba pensando. Meterme en una villa miseria no era algo que podríamos definir como una tarea sencilla. De todos modos, siempre tuve cierto perfil de héroe en mi interior, y con el objetivo de romper con los prejuicios de la mayoría, decidí ir esa misma noche a buscar mi auto.

Allí mi memoria se rompe. Como la cinta de un cassette de los antiguos cuando se estropea y la película va perdiendo nitidez hasta que gradualmente se convierte en rayas. Muchas de ellas, verticales y horizontales. Oscuridad. Negro.

En el siguiente recuerdo que considero que encaja con posterioridad, me encuentro manejando mi auto. Por lo tanto, supongo que mi aventura por el asentamiento marginal fue satisfactoria. O por lo menos no había ninguna imagen en mi memoria que me haga titubear. Recuerdo que iba por la General Paz, con Claudia en el asiento del acompañante, y escuchando la historia de un nuevo compañero que se había sumado a su trabajo. Me lo describió como un hombre, entre veinte y veinticinco años, algo retacón y bastante torpe. Al instante asocié su identikit con el imbécil con el que me había chocado en la redacción días atrás. ¿Sería el mismo? Esbocé preguntas intentando determinar si alguna vez había pisado mi lugar de trabajo, a lo que mi esposa contestó de manera negativa. En mi recuerdo sigo manejando e intento no caer en un arrebato de furia, ya que el tránsito era insoportable para cualquier mortal. Justo antes de aproximarme a la salida que debía tomar, suena mi celular. No suelo atender mientras manejo, pero era mi jefe, Romualdo. Supuse que era algo importante, así que lo atendí.

Comenzamos a hablar y lo notaba muy asustado. Demasiado intranquilo. Jamás lo había oído así antes. Las palabras se tornan murmullos y vocablos inentendibles en mi proyección mental. La neblina comienza a rodear las imágenes y las únicas palabras que logro retener son dos: Seguro y Mierda.

El siguiente recuerdo es quizás el más doloroso de mi vida. El funeral de mi esposa. ¡NO SE POR QUE CARAJO NO PUEDO RECORDAR CÓMO MURIÓ! ¡Me desespera! ¡Día a día me tortura no saber que pasó y encima de todo, no poder contar con nadie que me lo aclare! Todos me toman de psicópata, de loco. ¿Creen que soy un desquiciado verdad?, cuando lo cierto es que no puedo recordar nada previo a su entierro. Le pregunté a todos mis compañeros de trabajo, a mis amigos, a sus compañeros de trabajo, a su familia, a la mía y todos me respondieron de la misma forma: No podes ser más hijo de puta.

Cuando pensaba que ya nada podría empeorar las cosas, y ya había perdido la cuenta de la cantidad de pañuelos que había gastado, cinco patrulleros, o quizás más, estacionan en el lugar. Todos rodean la funeraria dónde estábamos velándola. A través de la ventana lograba verlos. Recios y uniformados, pistola en mano, corriendo cual manada de manera caótica.

Al ingresar al lugar, uno de ellos grita:

– ¡Gabriel Sarmiento! ¡Gabriel Sarmiento!
– Soy yo…- Dije en un susurro apenas audible.
– Queda detenido por homicidio agravado por el vínculo. Nos llegó una denuncia en su contra y hay pruebas demasiado sólidas cómo para que lo larguen. Ya lo saben todos, Sarmiento, nos va a tener que acompañar.

Hasta allí relate los hechos de la manera más fidedigna posible. Aquello es lo que logro recordar, más no puedo. Hoy me encuentro en mi casa, pero por poco tiempo, Mi abogado logró que me liberen hasta la hora del juicio. Mañana me toca ir a tribunales y todos dicen que mi culpabilidad es tan evidente que ni un ejército de hombres de leyes podría sacarme. Ni siquiera reducir mi pena, o soñar con prisión domiciliaria.

En este momento no me importa la cárcel. No le temo. Reescribo esta historia una vez más, esta vez en papel, y me hago otra vez la misma pregunta: ¿Por qué mierda no logró recordar nada de lo que pasó con mi mujer? ¿Y por qué los otros recuerdos partidos? ¿Tienen acaso algo en común? No me entra en la cabeza la idea de que maté a mi mujer. ¡Yo jamás mataría a nadie, y mucho menos a la mujer que amo! Por alguna razón mi mente no logra encastrar las piezas de este rompecabezas, y todo este asunto carcome mi existencia. Mañana será mi fin. Me esperarán esposas y grilletes. Jamás me soltarán.

Siento que no sirvió de nada escribir mi historia. Creí, en un principio, que transcribirla en palabras me ayudaría a decodificar mis recuerdos, pero no fue así. Jamás logré reconectar nada. Las nebulosas siguen apareciendo, y no se si los baches no se agigantaron aún más. Ahora me toca ordenar un poco la casa, y despedirme de mis seres queridos, aunque ya no creo que me quede ninguno.

Al ordenar mi escritorio encontré algo que tal vez podría ayudarme. Quizás sea valioso volcarlo a estas páginas. Encontré un sobre de papel madera, con mi código postal y dirección, pero sin remitente. Contiene unos recortes de diario de los últimos meses. Están algo amarillentos, pero debe ser por lo guardado. Paso a transcribir tal cual los estoy leyendo, los titulares de estos retazos de periódico. También encontré una hoja que parece arrancada de algún libro de psicoanálisis, o algo por el estilo. En fín, esto es lo que encontré en el sobre:

HORROR EN VILLA LA CAVA: INCENDIO DESTRUYE CASI EN SU TOTALIDAD EL ASENTAMIENTO Y DEJA MILES DE MUERTOS Y HERIDOS.

La policía no descarta que haya sido intencional. Al investigar el lugar, los peritos hallaron pistas que incriminarían a un hombre cuyo auto habría sido substraído y llevado hasta la villa miseria. El auto se encuentra desaparecido y su dueño, aún prófugo.

CRIMEN PASIONAL EN VILLA SOLDATI: MUJER Y AMANTE SON BRUTALEMENTE ASESINADOS.

Claudia Rígoli, de 45 años, y Martín Balmaceda, de 23 años, fueron asesinados de múltiples puñaladas en la noche de ayer, en el barrio de Once. Se habrían encontrado pistas que dejarían en claro que el autor material del hecho sería el esposo de la mujer, Gabriel Sarmiento, de 47 años de edad, implicado también en el incendio de la Villa La Cava.

Sí aún continúo respirando es de milagro. No sin antes decir que jamás deseé tanto morirme como en este momento, paso a transcribir, por último, el fragmento del libro que acabo de leer. ¿Habrá sido un viejo enemigo quién depositó esta información en mi escritorio…

…el trastorno de identidad disociativo es un diagnóstico controvertido descrito como la existencia de una o más identidades o personalidades en un individuo, cada una con su propio patrón de percibir y actuar con el ambiente. Al menos dos de estas personalidades deben tomar control del comportamiento del individuo de forma rutinaria, y están asociadas también con un grado de pérdida de memoria más allá de la falta de memoria normal. A esta perdida de memoria se le conoce con frecuencia como tiempo perdido o amnésico….

…o lo habré hecho yo?

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