Nuestro compañero, amparado en las reminiscencias de la tradición marxista, detalla los caracteres elementales de las capas burguesas del presente, tan diluido en la hiperproducción de imágenes y la multiplicación de aparatos de significación.
Por Bernabé De Vinsenci
Juan Ritvo señaló que el proletariado es reaccionario. Y no es nada insólito, toda clase social actúa en conservación debido a su condicionamiento que implica modos de ver y representarse ante el cosmos. Marx expuso: “La conciencia es un producto social”. El proletariado, vocablo que vive en oposición de. Y está oposición se la designa a la burguesía. Todo aparenta ensamblarse en un texto dialéctico-filosófico, o en otra medida, según el juez, en el materialismo histórico. Si existe algún elogio en el arte, es la hibridad de apostar en la coyuntura de la realidad con la quimera. José Saramago dijo: “todos dicen que soy pesimista y el problema, en realidad, es que el mundo es pésimo”, está frase podría resumir la intencionalidad creativa. Es decir, disolver lo pésimo en una condición de delirio. La servidumbre de narrar consiste en no darle a los acontecimientos las experiencias propias, en este sentido los relatos tornan a volverse fastidiosos. Por eso mismo el acto delirante -distorsión de la subjetividad- es impropio. Una pragmática que enajena al individuo.
La burguesía es una clase considerablemente peculiar y en ocasiones incierta, por esta misma obviedad, paralela a ella, existe el proletariado. La burguesía desempeña su función social aspirando a constituirse sobre una imagen. Ellos no quieren ser parte de la homogeneidad. Dentro de la homogeneidad codician subirse a la cima para consagrarse en una especie de divino. La idea puede reducirse con las mismas palabras que han sacrificado a lo largo de la historia: “ellos allá y nosotros, acá”. La imagen constituida no es un boceto hecho en un papel luego expuesto en un museo. No. Es una imagen cotidianamente competitiva, podría decirse, materialista y acumulativa, de relaciones sociales con altas jerarquías y de concurrencias a altas fiestas. En estas bases prácticas e ideológicas es propensa a desplazarse la burguesía, insistiendo a veces, como por ejemplo: “no yo no soy burgués”, o “soy de clase media para abajo”. En el siglo pasado Marx denominó esto como “falsa conciencia”.
A veces sucede con la imagen reciente dicha que posee tipos de mecanismos para no declinar y uno de ellos es la auto-represión. Hay instancias, límites que no deben trascenderse. Si se lo hace, el resto de la sociedad, ya acostumbrada a la imagen, comenzará a dar chisme de todo lo acontecido. Tal injuria puede presentar déficit para la estructura armada: la imagen. Por lo general las parejas matrimoniales, uno o los dos, pasada la quincena de años de convivencia optan por tener un recóndito amante. Lo trágico, y vergonzoso de la clase burguesa deviene pasado los cuarenta y cinco años; en el momento crítico en que los hombres pueden llegar a padecer cualquier enfermedad que acabe con su existencia.
La auto-represión comienza en un auge del cuestionamiento. Y he aquí que todo se desbarata, los instintos lanzan su punto de fuga, realizan lo que nunca han realizado. La imagen-social es indiferente al burgués, quien ha transgredido las normas de su clase. Nimiamente lo que importa es vivir, sacar a luz lo verdadero. Carlos Marx llamó lumpemproletariado a quienes se encontraban al margen de los proletariados. Como última etapa de su clase el burgués pasa a ocupar un lugar socialmente por debajo del lumpemproletariado.