Hay una conciencia empecinada en capturar instantes y organizarlos, imprimirles su mecánica, volverlos mansos y dominables, y al fin, poder entenderlos como un bloque compacto del que deviene la noción del tiempo. Cuando una grieta cava su huella en él, la incertidumbre arrecia. En esa distracción se comprende el orgullo del lúdico esfuerzo; en ella se desandan las agonías.
Dulce y misteriosa, como el néctar de la vida,
levanta su mirada
ante los ojos perdidos que ofrece mi rostro,
perdidos ojos, que entrecierran su manto,
para dibujar los detalles de su luz.
Su piel,
un campo de fresas para siempre,
evoca poesías inconclusas
que no me atrevo a leer.
Idealismo. Magia.
Nada es real, no puede ser cierto.
¿No puede ser cierto?
El tiempo muere,
y juega a resucitar, a cuentagotas,
dejando sus lágrimas caer
como el pulso
que sostiene la melodía
que brota del aire que rodea al instante.
Juega a descubrir,
juega y juega bien.
Y el cielo se vuelve carne
si se anima a sonreír.