Poesía | El fusilado (o el origen de la resistencia) - Por Envar Ferreyra

En junio cayeron las primeras bombas; en junio, también, ardieron en el plomo los hombres que la resistencia inauguraron, esos pocos que en la fidelidad a la causa de las mayorías, al nombre que del poder fue desterrado y condenado a la miseria y a la clandestinidad. En ese mes se agrietó la historia y quedó prendido, siempre, como el fuego del recuerdo y la eterna insistencia por la justicia. Desde entonces en adelante, el pueblo se encomendó a la lucha, y luchando, resistió. 


Sentado al borde de la silla escuálida
recita con método sus recuerdos
acomodado con cautela, recostado
los ojos como tenues hendiduras
su piel delgada, aquel que sobrevivió
en cada pausa suelta un hilo endeble de aire
un suspiro pequeñito dosificado con prudencia
desde que los alojó
como una multitud exasperante
contenidos con urgencia en su pecho
aquella noche que la escopeta se posó sobre su nuca
y oyó las dudas de los matadores
la búsqueda de los que pudieron esquivar
la estampida de balas disparadas
al fondo negro del descampado;

quieto, ahorrando a sus huesos y sus músculos
todo rastro de vida;
tieso, sujetando hasta las más leves sensaciones
que ningún temblequeo en la piel, en los párpados, en la boca congelada
incite el tiro de gracia;
así desnudo de vida yació sobre la tierra helada
escuchó la muerte campear el terreno baldío
la muerte de sus compañeros
y del levantamiento que los reunió
de la última defensa
el primer arrojo por mantener aquello:
partía el líder al exilio
ellos quedaban ahí vencidos;

y se dejó morir con sus compañeros
compartió su agonía y el hielo
y muerto esperó
rígida la apariencia del cuerpo tendido
en el centro de aquel túmulo desolado
entre cadáveres y huellas de pólvora
dispersándose en el silencio y la espera
y los pasos oficiales que subían a los camiones
y el bramido del motor desvaneciéndose a la distancia
y la noche ganada ahora por el eco múltiple del basural
las reverberaciones del sepulcro;

ahí veló el pecho colmado
el aliento retenido, aguantado en las costillas
a duras penas apresaba los ramalazos
ese viento vital que golpeaba adentro
cada vez más indómito, cada vez
con mayor fuerza, cuanto más lo mantuviera
un mar de vientos embravecidos
todo ese aire, toda esa vida
comprimida con una inhalación desesperada
en la oscura tiniebla del matadero;

con el primer soplido de aire tibio
se levantó
después buscó salir de aquel lugar
y caminó.

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