Desde el centro de la pampa húmeda argentina llega un grupo de jóvenes que sale a cantarle al amor, entre la certeza de la muerte y la incertidumbre del olvido, apurándose a derribar los prejuicios que regaron de ‘mala prensa’ a la poesía y la colocaron lejos de las calles y de la tierra que nos sostiene.
Lo que me gusta de tu cuerpo
es el sexo
Los rulos se acomodan al paisaje seductor que el aire de KIKA imprime entre los rostros de aquellos que esperamos, después de algunos vasos – varios vasos – de jarabe de litrona el comienzo del show. Otros, los menos, elijen la uva pero nosotros nos amoldamos entre el pan, vegetales y la rubia bebida de la noche.
Los rulos que se acomodan esconden, parcialmente, el rostro de Rafael Sevilla, de sonrisa escueta y palabras punzantes. Directas. Concisas. Su vestimenta acusa sencillez, la misma que la de Lucas Gamboa que queda oculta tras la señora de seis cuerdas que acuesta sobre su falda.
Una, dos… primero una, después otra, las cuerdas son estimuladas por el pulgar del guitarrista que anuncia – sin decir palabra alguna – que debemos callarnos. Andrea Gastaldi hace un paso al frente y pincha, en tono agudo, el silencio inicial de la noche rosarina. Pero no están solos, además de nuestra mirada y la de Rafa, alguien acompaña el canto. La percusión de Gonzalo Puñet no pasa desapercibida y aporta el gramo de calor latinoamericano que las versiones puestas en escena reclamaban.
Almodóvar mira de reojo el espectáculo y descubre, no sin sorprenderse, atrevimiento y coraje en el tono de la poesía que se roba el protagonismo. La magia del arte es quizá, al menos esta noche, poder habitar la piel de aquel que esgrimió aquellas líneas que se presentan ante nosotros los de la silla y la mesa, los de abajo del escenario… quizás, los menos talentosos.
Lo que me gusta de tu sexo,
es la boca
Quién sabe si alguna vez Borges soñó compartir una ronda de café con Cortázar, Bukowski, Miller, Macedonio, Benedetti, Prevert, Whitman, Mijalkov… en una indescifrable sociedad de poetas muertos. Nosotros, ahora afortunados, miramos pájaros y engordamos con ese sueño a la vez.
Las risas y los comentarios de subsuelo se amotinan entre las pausas del recitado y travesean, entre la inocencia y la perversión, a robar protagonismo. Tranquilos, nunca sucede. Eso no pasa porque el poeta invita al juego sabiéndose ganador y el aplauso lo comprueba.
Deja una frase en el aire tras otra. Levanta la mirada, lanza versos cual disparos sin tregua alguna aniquilando hasta los suspiros que se convertirán otra vez en suspiros luego de un breve paso por los pulmones de otro. Así, después de algunos poemas entrelazados, el primer micrófono calla para que el bongó cuente ahora, con la guitarra como aliada, qué es lo que tiene para decir.
Lo que me gusta de tu boca,
es la lengua
Como una aguja, casi tan fina como el cabello de un unicornio, así es la voz de Andrea que serpentea entre los tonos y la afinación invitando a los pies y las manos a no quedarse quietos, a movilizar a las células que los vasos de las mesas intentan anestesiar de a momentos.
“Contigo me voy mi santa aunque me cueste morir”, aunque solo sea una causa perdida, aunque alguien ya haya escrito un final sin sonrisa. De esta manera aparece esta fusión entre poesía y música – como si no fueran ya parte de una misma cosa – para robarnos un pedazo de piel y una mueca de gracia entre la tragedia cotidiana a la que somos invitados desde el primer latido.
Con el arte como bandera y el amor como escudo, ‘Mirar pájaros engorda’ se adelanta a las predicciones y apuesta – desnudando las sucias burlas del existencialismo – a la difícil tarea de arrancarnos del mundo para traernos al mismo desde otra puerta.
Lo que me gusta de tu lengua
es la palabra
‘Ojalá se enamoren’ grita el muchacho de nombre de arcángel – como si las casualidades existiesen – anunciando el final del juego y un derrame simbólico de lágrimas negras recordando la vieja maldición árabe.
Porque al fin y al cabo todo puede ser más simple pero no menos trágico, tal vez no somos más que el producto de amores que nos olvidaron y recuerdos arbitrarios que configuran un posible futuro inabarcable, así es que inventamos al arte como posibilidad de revancha contra la realidad que se empecina en tomarnos el pelo todos los días. En esa revancha aparecen ellos, para tomarle el pelo a las lágrimas que van a venir.
Felicitaciones!!!! Mirar pájaros engorda es increíble! Saludos desde Neuquén!
Amigos, soy de Colombia, ojalá tuvieramos un grupo berraco como este mostrando la poesía por acá. Espero viajar para verlos en vivo. Afectos desde aquí.
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