Las células se agrupan para multiplicarse y revivir a un cuerpo inerte que, agobiado por la repetición inalterable de los sucesos, reclama un quiebre superador en el destino. Allí, en la nebulosa asfixiante, los vientos que sostienen la melodía anuncian un cambio en el ambiente y prometen arrancarnos del tedio, no hay discusión: la música es la respuesta.
Por Federica Rubio | Especial para El Corán y el Termotanque
Es sábado, son las 10 p.m. y yo acabo de llegar a Rosario después de unas mini vacaciones en mi ciudad natal. Apurada, consulto el horario del recital al que tengo que ir, y me preparo inusualmente rápido, dejando a un lado la fiaca que me acompaña la mayor parte del tiempo.
Por suerte, el Distrito Siete queda a sólo un par de cuadras de mi casa, así que me encamino con paso resuelto a mi destino. A medida que me acerco, veo cada vez más gente en la puerta: hay gran convocatoria.
Llegué justo a tiempo para situarme frente al escenario, cinco minutos antes de que el espectáculo comience. Debo reconocerlo, no soy practicante activa de la puntualidad, pero esta vez me benefició unirme al club de los que se dejan guiar por el tic tac de las agujas.
Las luces bajaron, el humo subió y los instrumentos empezaron a sonar atrayendo a los indecisos o distraídos con una especie de imán invisible. Hugo Lobo, trompetista líder de la genial Dancing Mood, está al frente, acompañado por siete u ocho hombres más: los integrantes de la banda rosarina Santo Chango. Durante noventa minutos ininterrumpidos, este mar de músicos invadió el lugar de canciones puramente instrumentales con sabor a reggae provenientes del primer disco solista de Lobo, Street Feeling, con el cual está girando por todo el país. La iniciativa del artista resulta cuanto menos interesante: en cada una de sus presentaciones está acompañado por músicos del lugar que visita y en este caso los elegidos no defraudaron.
Los últimos minutos de Hugo Lobo con los Changos fueron compartidos con los integrantes de Cool Confusion, quienes luego tomaron la posta y se hicieron cargo del escenario en el siguiente par de horas.
El clima creado por sus predecesores se mantuvo y se amplió: cada vez éramos más los que nos agolpábamos cerca de las tablas para bailar al ritmo de esta orquesta de diez músicos, formada en 2006 y liderada por la extraña pero potente voz de Rodrigo Cruzado.
La energía y el dinamismo del grupo se despliegan en su totalidad y parecen transferirse al público, que esa noche comenzó moviendo suavemente sus cuerpos para terminar saltando en medio del sofocante calor del tumulto con la confusión de ska, funk, reggae y rock que propone la banda.
Durante las más de tres horas que duró el espectáculo en total, la veintena de músicos que pasaron por el escenario del Distrito Siete logró mantener la atención de un público entusiasta que no paró de bailar ni un momento. Personalmente, diría que mi humor, que no era el mejor a mi llegada, mejoró considerablemente en el transcurso de la noche. ¿Será cierto, entonces, que la música cura?
Fotografía: Cool Confusion
Contacto
Integrantes
Esteban Civetta, Agostina Bertozi, Alexis Gambacurta, Fabricio Giannone, Nicolás Lingua, Melina Spizirri, Julian “Chino” Pagliarecci, Matias Moro, Tomás Boasso y Rodrigo Cruzado