Los momentos límite, aquellos que tajan la piel para dejar salir el magma que nos compone, irrumpen en la cotidianidad con la violencia justa para desencajarnos. No hay curvas para escapar. Las emociones surcan el aire en una explosión que no da tregua y convierte a los cuerpos en células alborotadas que exigen una línea de fuga, una salida de emergencia, pero a veces, ni las metáforas sirven para soportar el tedio.
La Comedia Municipal de Teatro Norberto Campos es un proyecto que impulsa obras con actores locales. El año pasado, recuerdo, asistí a una versión lisérgica y divertida de Doña Disparate y Bambuco, de María Elena Walsh. Este año fue Gol de Oro la obra que presentaban, de la cual me habían hablado muy bien. Había que verla.
Los primeros cinco o diez minutos fueron difíciles. Diálogos inconexos, una historia que no quedaba muy clara, personajes que hablan a veces en italiano, a veces en inglés, a veces mezclando ambas y otras tantas en un dialecto incomprensible. El pánico me invadía por no poder comprender lo que estaba viendo. Defectos del ansioso.
La historia es un delirio del futuro entre personajes que habitan esta ciudad («La no fundada») y que coinciden en tiempo y espacio para acordar la reunificación del territorio, ya que a partir de un suceso del pasado («El blanqueo») la ciudad había quedado fragmentada en cuatro partes: Gran Oeste Periférico, Centro Sur Ribera, Gran Oeste Urbano y Ribera Norte.
Se encuentran en una especie de búnker en el que están protegidos. Afuera el clima es hostil: explosiones, francotiradores, y atentados. Las discusiones entre los representantes de cada zona son el eje de la historia: cada cual defiende su postura (a veces coinciden, otras no). Todo esto, moderado por Domínguez (Manuel Baella brillante), un mozo que coordinó todo y una mujer de vestido largo.
A medida que transcurre el tiempo la obra se empieza a meter a través del humor con toques de actualidad desopilantes: Domínguez, habla con una especie de centro de control desde el que lo atiende un tal Ricutti con quien mantiene diálogos en clave, pero en lugar de «cambio y fuera», utilizan expresiones como «dasenfein» o «anitamarmier». O una escafandra que entra desde afuera, que los asusta constantemente al grito de «gum».
Los personajes empiezan a hacerse amar. U odiar. Ejemplo: una discusión acalorada llevó a la violencia física, que llevó a la discusión acalorada sobre si a uno de ellos había que lincharlo. Torcuato, un hombre clase media (y fascista reprimido), insiste con que «Si se lo lincha, que sea con juicio previo», lo cual provoca risas incómodas porque claro, mucho de los presentes nos oponemos a eso, pero si hubiera una instancia superadora que lo legitime, que lo avale, ¿cuántos lo harían? Pierre, representante de Gran Oeste Urbano, hombre de buenos modales, siempre preocupado por el qué dirán, en cambio, es partidario de lincharlo a como dé lugar: «Lo que tiene de bueno un linchamiento es su espontaneidad; siempre que se llega a esta instancia es porque existe un consenso de la mayoría de la sociedad o al menos de la parte sana». Y ahí la cosa cambia, porque si bien es un personaje de ficción, a todos nos viene a la cabeza una tía, un compañero de trabajo o un jefe que piensa así, y que votó a yasabemosquién.
De repente, la obra empieza a traspasarse. Lo que está sucediendo ya ni siquiera es parte de la obra. Pierre, el tipo rico se mueve con la impunidad que le da el poder, mientras Dominguez, un laburante, por alguna razón se queda solo y sin trabajo: yo ya lo vi. Lo estoy viendo. La trama empieza a ser secundaria. Sinceramente ya ni recuerdo si se unificó La no fundada, o si alguno se impuso en la discusión. Ya no importa el texto de la obra. Importa lo otro, el mensaje Pero no son Pierre ni Dominguez. Somos nosotros. Reflejados y parodiados por seis dementes en escena. No es el futuro. No hubo ningún «blanqueo». Es ahora. Y la ciudad (el país) ya está fragmentada.
Ahí está la genialidad de ésta obra. Excede la mera presentación teatral de un espectáculo. No se circunscribe a una historia de ficción. Nos hace pararnos en un lugar, tomar posición (la obra lo hace), ver quiénes somos, cómo nos relacionamos con los otros, qué pensamos, cuál es nuestra cosmovisión. Porque uno siempre supone que hay cosas que son de determinada manera, que matar a un tipo está mal, que jamás lo haría. Pero hay quienes sí lo avalan. En la sala había, créanme, gente que piensa así, a la que lo grotesco de las situaciones no los incomoda. Que lo absurdo de lo representado no los afecta en lo más mínimo. Son ellos, los otros, los que no aplauden, los que no se ríen.
Lo fantástico de esta obra es que te interpela: te propone un juego en el que podés entrar o no. Porque la obra, explícitamente no dice nada. Pero está diciendo todo. El espectador puede ver y captar el mensaje subyacente, y bancarse la que venga. O puede no verlo porque no puede, o porque simplemente no quiere. Porque a veces la realidad duele tanto que no la soportamos ni en metáforas.
Contacto
Ficha técnica
Dirección: Matías Martínez
Asistente de dirección: Marcela Ruiz Álvarez
Escenografía: Cristian Iván Grignolio
Iluminación: Diego Quilici
Edición de sonido y voz en off: Martín Fumiato
Diseño de vestuario y caracterización: Ramiro Sorrequieta
Producción y coordinación de vestuario: Irene Inés Depetris
Asistencia de vestuario: Liza Tanoni
Jefe de realización de vestuario: Cristian Ayala
Realización de vestuario: María Carolina Leali y Ulises Fernández