Ensayos | Sobre cómo vivir en el Primer Mundo - Por Hilarón Arenas

La costanera ofrece árboles, parques, vagones estacionados, y el río, al fondo, largo e infinito. Si uno corre la vista del carril y observa hacia la costa, desde ahí, el río parece interminable, apenas interrumpido por el contorno del puente Rosario-Victoria. Después, todo el misterio de la vegetación, las islas y el agua que surca un continente. El Paraná, ese río que fue menos pensado que alabado, menos investigado que ilusionado. El trazo de agua que forjó un destino para una ciudad en descomposición: la Rosario industrial, de intensidad combativa yendo desde los márgenes hacia el centro. ¿Qué pasó con ese río tras el zarpazo desindustrializador de lo noventa? ¿Qué quedó después del porrazo criminal que se pegó el sueño sinfín de la convertibilidad?

Hay una fórmula para referirse a esa otra Rosario: la ciudad le daba la espalda a ese río. Donde ahora hay torres blancas y vidriadas, antes había carcazas, esqueletos de edificios en descomposición, una zona abandonada por la economía y por el Estado. Baldíos: territorios de exploración, aptos para la inversión. Subsisten todavía algunas construcciones amarillentas, manchadas y agujereadas. Las siluetas de las viejas fábricas como los últimos soldados que se resisten a la retirada. Las empalizadas protegen los terrenos en construcción y hay garitas cuidando las parcelas cubiertas de pastizales. Por encima se divisan los brazos en alto de las grúas.

Los carteles con publicidad dan a la calle: «El nuevo corazón de la ciudad», o «El futuro del urbanismo». Así se presenta el Distrito Puerto Norte, adjuntando una imagen aérea de sus moles con grandes balcones al río. La Ciudad de los Niños queda en frente de uno de los complejos dónde, a esta hora de la tarde, hay más movimiento doméstico: plantas, ropa tendida, siluetas movedizas en las ventanas. Abajo hay un pequeño parque, un estacionamiento y una galería comercial. Sobre la avenida, a unos metros del lugar donde un pibe deja el balde, el trapo y la escurridera para cuidar los autos y limpiar parabrisas, hay unas máquinas para hacer ejercicios con un enchufe y un cartel: «Usa tu energía para cargar tus dispositivos móviles».

Fotografía: Anna Blank

¿Cómo llega el futuro? En este caso, con un rostro amigable y promisorio. «Los que hacemos Puerto Norte Design Hotel, sabemos que vivimos a través de ciclos», te dice con una sonrisa en los labios y los ojos chispeantes de entusiasmo. «Vos venís, te vas, y siempre querés volver. Lo vemos en cada día que termina. En cada luna reflejada en el agua. En el abrazo de despedida que abre un nuevo ciclo». Por eso los silos coloridos en la punta reluciente de la ciudad pujante, multicultural, pluralista e innovadora. Los viejos silos con un museo al pie. O albergando un hotel para el turismo deluxe que viene a disfrutar del ambiente litoral y la diversidad de ofertas en gastronomía, actividades culturales y paseos recreativos. La ciudad. El río que la abraza. «Vos venís, y siempre querés volver. Lo vemos. Nos hace pensar en nuevos comienzos», el futuro siempre te habla cálidamente, como un amigo, un consejero fiel y oportuno. Nuevas historias para esos silos y esos barcos.

Estamos en la región productiva. En la ciudad donde desemboca la región productiva. La zona núcleo. El motor agrícola de la economía argentina. La aduana por donde salen granos, aceites y harinas en el podio de los puertos del mundo. Por donde entran los dólares. El mundo nos devuelve a su gente. Hacia un mismo lugar. Te vas, y siempre querés volver. «En Puerto Norte Design Hotel sabemos que necesitas espacio para encontrar el tiempo para estar bien y empezar un nuevo ciclo. Nosotros te lo damos». Una promesa en un rinconcito de esa ciudad hipostasiada con las riquezas agroexportadoras, estimulada con la provisión de drogas e histérica con los índices crecientes del delito desde la década del noventa y que fueron complejizándose al ritmo de la recuperación económica. Ante la descomposición social, más delitos. Con el rebrote de la actividad, la redistribución de la riqueza y las políticas inclusivas, mismos niveles de delitos. El sueño perfecto, se derrumba. Y su caída deja algo más en la sensibilidad dilatada por el cuerpo social durante ese nuevo ciclo rosarino que no alcanza a ser capturado por los relevamientos estructurales, los parámetros estadísticos, los paradigmas convencionales y los esquemas conceptuales repetidos. «Paquete de dos noches en habitación Paraná City $8712. Beneficio del 21% para turistas extranjeros», te dice el futuro al oído.

La reconversión del sector de la ciudad ocupado por el antiguo puerto se propuso en dos fases: la primera, a partir del 2001, con los enlaces viales de avenida Francia, Mongsfeld y Central Argentino, el parque Scalabrini Ortiz y la construcción del shopping Alto Rosario. La segunda, desde 2005, con el Plan Especial de Puerto Norte que establecía una política de preservación de la edificación construida y la división del sector en ocho unidades de ejecución. Se firmaron convenios con los propietarios del área y se fijaron los indicadores de construcción, los usos, las afectaciones públicas y las restricciones para proteger el valor patrimonial. Unas 42 hectáreas de las 100 que cubren el sector quedó para uso público, y los privados cedieron la libre circulación y el uso de los espacios al borde de la barranca a lo largo de 1.900 metros. Se hicieron parques, bicisendas, plazas, ramblas, paseos, nuevas calles y avenidas. También hoteles, oficinas, consultorios privados, peatonales, centros de convenciones, bares y restoranes. La Rosario portuaria fue migrando hacia una versión de imitación, una Rosario «porteña», obnubilada hacia afuera, desarraigada, una provincia de sí misma.

Fotografía: Anna Blank

A su vez, la renovación de Puerto Norte supone «otra inversión importante» destinada a «la adquisición de tierra y/o concreción de infraestructura para vivienda social en otros sitios de la ciudad», tal como explica el gobierno municipal en el sitio oficial. El motivo es que hay mucha tierra disponible para el emprendimiento inmobiliario. El Pro presentó un proyecto para vender las tierras y que se hicieran viviendas sociales en otro lado. Enero 2017: La jueza federal Sylvia Aramberri rechazó la demanda promovida por un fideicomiso privado que reclamaba la posesión de un predio ubicado en Puerto Norte, en avenida Francia entre Caseros y Junín, donde actualmente se radican unas 70 familias. El desarrollador que hizo de punta de lanza en la reconversión de esa zona de la ciudad es Aldo Lattuca, impulsor de las torres Dolfines y las Norling. Es el mismo que realizará el proyecto de transformación de la manzana de Corrientes, Córdoba y Rioja, en pleno centro de la ciudad. Es el think-tank más importante de la Rosario postcrisis.

En 1852, Rosario es declarada ciudad. El general Justo José de Urquiza, la figura central de la década naciente, habilita la navegación extranjera del río Paraná. El puerto rosarino se transforma en el puerto de la Confederación Argentina. Rosario se perfila como un centro de inmigración masiva. Con la instalación de los ferrocarriles, en 1866, la fisonomía de la ciudad adquiere rasgos más precisos. Las caras de esa urbe tienen sus denominaciones: la ciudad, los extramuros, los suburbios y los bajos. La vida civil y religiosa se concentra alrededor de la Plaza, la Iglesia y la Jefatura de Policía. Al sur, los mataderos y el basural; al oeste, la extensión del cementerio, los tambos y las quintas; al norte, las industrias. La red de vías férreas se prolonga velozmente como un tejido venoso en la geografía provincial. El viejo Camino Real se convierte, así, en un tendido de rutas que bordean las costas del Paraná con un propósito fundamental: el transporte de la producción cerealera hacia el puerto. En esa ciudad, la producción de azúcar que llegaba desde el norte era procesada por la Refinería Argentina de Azúcar, construida en 1887, y comandada por Ernesto Tornsquist, una suerte de Lattuca de fin de siglo XIX. El barrio, que adoptó el nombre de Refinería, fue poblándose de los trabajadores de la fábrica y de los talleres ferroviarios. El barrio obrero se sostuvo a lo largo de todo el siglo XX. Hasta que, tras las altas rentas volcadas en el suelo reseco que dejó el menemismo, surgieron los nuevos pioneros de la Argentina del futuro, empresarios ágiles, actualizados y diversificados, capaces de maniobrar y ascender esquivando los toboganes de la reproducción financiera. Responsables técnicos beneficiarios del boom de la soja, pescadores de inversiones o los clásicos confianzudos del ladrillo, volcaron sus ganancias en un remanente que se mezcló con el dinero proveniente de las economías ilegales y la distribución de las drogas. Soja, merca y confort, como los tres puntos de unión en el tejido que organizó la Rosario de los 2000.

«Laburo en un edificio de acá hace tres años, a unos metros del hotel. Por calle Gorriti, imposible mejor nombre. Los clientes de la empresa no son de acá. Si me preguntás, la mayoría de las personas tienen menos plata de la que les gusta aparentar. Sí, es cierto que algo de plata tenés que tener para venirte a vivir acá o hacerte unas oficinas. Pero no son los jefes los que están. Hay una cuestión estética o de status, me refiero sobre todo a algunas pymes y a la gente que viene a vivir», me dice una amiga que trabaja en una agencia de publicidad. Y agrega: a su empresa le iría mejor si se trasladara a otro sector de la ciudad. Pero es un tema de imagen, chapear con estar en Puerto Norte y con eso creer que se ganan más clientes. «La gente que posta invirtió acá y mueve la plata de esta zona, vive en un country, no en estos edificios con paredes de cartón que no tienen ni ventanas. Acá nadie compra nada», describe.

Fotografía: Anna Blank

La secuencia se volvió leyenda urbana: la clase media acomodada baja por el ascensor y se interna en el barrio a compra lo que después toma mirando el paisaje plácido del río. Hay muchos runners de las 3 de la tarde, como la publicidad de Santander, y si te sentás a comer en algún lugar de la zona seguro escuchás hablar de negocios. Los Porsche y Mercedes se ufanan en las vidrieras de las concesionarias, un rubro particularmente dinamizado por el cruce de mercados legales e ilegales. Entonces, basta con leer el lenguaje de la ciudad. Condominios del Alto. Un sector urbanístico reencontrado para la ciudad. Punto de mayor interés. Desarrollo de viviendas, hotel y oficinas. Edificado en 4 etapas. Unos 114.000 metros cuadrados. Ubicación estratégica. Fácil accesibilidad. Proximidad al río y al Alto Rosario Shopping. Una zona que, aun siendo céntrica, conserva gran amplitud de espacios verdes y de recreación. Unidades acordes a todos los requerimientos y exigencias del mercado actual y los más variados servicios pensados para satisfacer todas las necesidades de los más exigentes usuarios. La comodidad de una casa, la practicidad de un departamento y la seguridad de un barrio privado. Cada día son más los que eligen vivir cerca del río, cerca del centro, en medio de un paisaje urbano diferente. 

En los ’90, esa era una zona fragmentada por las vías del ferrocarril. Por entonces, el socialismo acompañaba el reclamo de desactivar lo que quedaba de las instalaciones portuarias y trasladarlas al sur. Querían retomar la costa, que la ciudad mire al río y reconvertir el área. En Puerto Norte hay alturas nunca vistas. La altura es uno de los rasgos que se ofrecen como atributo: áreas especiales con alturas exceptivas. En contraste, Refinería es un barrio bajo. El proceso de suburbanización sucedió en varias ciudades. Durante esos años se parieron los countrys: era un canje de la centralidad a cambio de una quinta propia con cierto aislamiento. Las periferias valían poco y se promocionó ese modelo de inversión. Después, los desarrolladores piensan en retomar el centro. Hoy Lattuca prepara a sus empleados para comenzar la construcción de la piedra inaugural de la nueva médula rosarina, a escasos metros de la City local, recientemente aprobada por el Concejo Municipal.

Entonces, ¿hasta dónde llega Puerto Norte? Pongámosle: su onda expansiva. Es decir, los hábitos de consumo, las modas, los criterios diferenciadores que multiplica; toda la cultura del chetaje en la financierización de la ciudad. Un sábado a la tardecita, con unos amigos nos trepamos por atrás a uno de los complejos habitacionales contra el río. Miramos desde el tapial de un baldío. Había una pileta redonda y reposeras como en un hotel resort. Sonó una alarma y empezaron a salir algunos desde los balcones. Nos gritaron, nosotros corrimos. Pero había ahí algo de síntesis, ese extra de la reconfiguración, el plus innombrable de la nueva ciudad: el merodeo es lo que queda por fuera de la circulación previsible en el territorio neoliberal. Digamos: son los años de Franco Casco. Del mural pintado en el túnel que conduce a Puerto Norte pidiendo justicia por el pibe desaparecido y arrojado al río. Y es el mismo mural tapado unos meses después. La superficialidad insustancial, el inmediatismo y la publicidad de uno mismo en decurso hacia los cuerpos sepultados. Las políticas de muerte de las fuerzas de seguridad contra un sector de la población declarado prescindible. Las densidades biográficas quedan resumidas a anecdotarios para redes sociales, noticias policiales y unidades de gestión: es la Rosario que se ama a sí misma al vestirse como una ciudad del mundo.

Fotografía: Anna Blank

Pero Puerto Norte no es homogéneo: se abre como un abanico de inclusión y exclusión. En las unidades de gestión hay perfiles diferentes. Metra no es lo mismo que Forum –que ocupa parte de los galpones de la antigua Refinería-: tiene un sistema de cuotas tipo Bauen. Los vendedores dicen: «No es Forum, pero no dejás de vivir en Puerto Norte». Brindan cuotas accesibles para la clase media patrimonial. Mediante el ejercicio del lobby, los indicadores que lograron los emprendedores inmobiliarios son exorbitantes, y de esa manera, a un terreno le sacan ganancias extraordinarias. Como en el modelo de tierras pampeanas a fines de siglo XIX: negocian con el ejecutivo, y después venden esos lotes. Solamente con las gestiones ganan millones.

En la puerta del hotel hay dos empleados: uno negro, con un traje tipo frac, aunque hoy sin galera –lo vi otras veces-; y el otro, un rubio, pálido, con chaleco. De un remís Premium se baja una pareja de orientales. También se baja un tipo de un taxi: camisa a tiras rosas, Iphone en mano, valijita con ruedas, pantalón de vestir, zapatos de cuero charolados o muy brillosos, gafas y reloj bien visible. Alrededor de los callejones que parecen sacados de una película ambientada en Londres, hay muchos locales en alquiler y casas de estética, aseguradoras, FarmaVip, Remax, Manila, Christian Dios, Joan De la Creu, Lacroix, Yves Saint Laurent, Viejo Balcón Puerto Norte, Tecomoabesos, Dock Plaza Oficinas, estacionamientos de autos y de bicis públicas. Debajo de una estructura metálica un poco incomprensible que forma un techo ondulado, se está llevando a cabo una sesión fotográfica de una quinceañera. Los letreros avisan: «Sólo propietarios». Exactamente enfrente, un cartel del gobierno provincial responde: «Las obras avanzan con todo». Y los afiches pegados en los tablones de las obras tienen firma. «Fundar», en varios. «Tu casa en zonadueño.com», dice otro que está pegado contra lo que fue una casa.

Al comienzo de esta historia, la Municipalidad le hizo juicio a Servicios Portuarios. El juicio duró varios años, se negoció el traslado del puerto al sur y aparecieron los símbolos para la nueva zona de la ciudad, como el barquito de papel. Antes había un muro de concreto que se extendía por Junín. Después el muro cayó, pero las separaciones se transformaron. La Marca Rosario se construyó para arriba y con hormigón. Un cartel publicitario se levanta sobre una villa: «Rosario, la mejor ciudad para vivir». La fiebre de los ladrillos y la especulación con escrituras tiene en Puerto Norte su sueño de Primer Mundo. Y sus efectos se despliegan sobre la ciudad entera, aunque no es fácil borrar el pasado de ese lugar. Hay gente histórica que no se quiere mudar. El objetivo manifiesto es hacer un compost de Puerto Madero, y desenrollar como una alfombra la nueva ciudad con versiones de Palermo Soho en Pichincha y de complejos majestuosos en la peatonal. Recorridos preestablecidos y estabilizados para la circulación interna del capital. Aunque en el medio quede la gente que vive ahí.

Fotografía: Anna Blank

Metiéndose en la ciudad, se destacan cinco torres que parecen custodiar al asentamiento que quedó en medio de la reconversión. «Los chicos no tienen la culpa de nada, quieren su infancia», dice uno de los carteles escritos a mano sobre cartones y maderas, y colgados en las chapas de las casas. Hay otros: «Se aceptan donaciones para abrir nuevamente el merendero». Los carteles dan hacia la avenida, mediado por una canchita de fútbol, un caballo pastando y unos pibes tirando piedras a un volquete. Un tipo con pierna ortopédica va y viene desde la calle, donde pide monedas en el semáforo. Otro pibito juega con un perro mientras el padre baja cosas de un carro. Al fondo, el cartel del Mercado Retro recibe a los que pasan por el cruce. Es un día cualquiera a las seis de la tarde. Puerto Norte está de espaldas. Mira al río. En otra ciudad.

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  1. Amateur - Ficción de Mutaciones - El Corán y el Termotanque

    […] Rosario y pienso que hubo un tiempo donde los edificios más altos de la ciudad eran las iglesias. Ahora se ven las Dolphins, signo de época. Lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir. Como los pibes escuchando la […]

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