A Gregorio, Daniel y Tomás por su curiosidad.
A Sol por su compañerismo.
«La gloria de acero del pasado:
es más caro un kilo de carne que un kilo de auto.»
Martín Rodríguez – Ministerio de Desarrollo Social
Transcribir el camino
A mediados de 1852 Karl Marx publicaba en la revista Die Revolution El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Desde aquella obra a esta parte, todo aquel que suscriba a esta lectura verá el mundo de la siguiente manera: los hombres hacen la Historia donde esta misma se los permite.
En 1982, Tulio Halperín Donghi publicaba Una Nación para el desierto argentino. Evitando caer sobre los grandes relatos e ilusiones del pasado, propuso una lectura oficiosa sobre las encrucijadas, discontinuidades y vaivenes del proceso de modernización de nuestro país. Construyó su historia sobre la Historia.
Historiador de las élites sin serlo, subrayó la palabra Nación afirmando su inexistencia, abordando irónicamente la tragedia rioplatense, puso en cubierta la gran potencialidad de su pluma: dedicarle la vida al derrumbe de los mitos de la patria.
Si esta nota fuese una película de amor pochoclera, nosotros seríamos el amante desesperado que sube al taxi pidiéndole al chofer «siga a ese auto». En ese coche que se escapa, en vez de un amante con el corazón partido yendo hacia un aeropuerto, estarían Marx y Halperín, llevándose en sus valijas las mejores fórmulas interpretativas, o, mejor dicho, aquellas que precisamos para concluir este ensayo. Ojalá lleguemos antes del despegue.
El desierto algorítmico y los espantos de nuestra historia:
En el prólogo al libro Los espantos: Estética y postdictadura de Silvia Schwarzbock, Diego Caramés y Gabriel D’Iorio describen este proyecto dejando una consigna: «superar lo que nos espanta, mirándolo de frente, pensándolo de frente, a partir de perspectivas renovadas sobre los asuntos públicos y comunes». Todo lo que sigue en este texto es gracias a sus líneas interpretativas.
Para encontrar el desierto algorítmico nunca visto habrá que revisar las lecturas del desierto argentino siempre postergadas: ese lugar al que el Estado todavía no ha llegado.
Leer los desiertos por fuera de una clave epocal y genocida como fue leído en el siglo XIX y sorteando las lecturas moralizantes del siglo XX, abre una nueva línea interpretativa: la responsabilidad de posarnos frente al espejo de nuestra Historia.
Si cada generación vive el momento que le toca vivir, sometido y en cierto modo estructurado por los avatares históricos de la hora, por el peso del pasado y las necesidades que plantea el futuro, llegó el momento de leer los nuevos desiertos y combatir los viejos fantasmas.
Existen dos lugares, que han quedado obsoletos con el paso del tiempo, a los que generaciones anteriores han recurrido para leer nuestras propias tierras arenosas. Ni una lectura liberal espantosa, ni una lectura progresista espantada, construirán el nuevo concepto de desierto y el consecuente proyecto de Nación que apremia a esta falta de síntesis; proponer lo algorítmico como un desierto es sentenciar una frontera con el Estado, dejarlo por fuera de este fenómeno, es invitarlo a buscar su puerta de entrada.
Pensar el capitalismo 4.0, la economía digital, el startupismo, el freelanceado, los unicornios y el plataformismo como nuevos conceptos de barbarie será un gran paso para asumir que todas estas novedades no novedosas están amenazando la integridad de nuestro país y el futuro de la región en su conjunto.
Si el desierto algorítmico es imposible de resumir es preferible recurrir a nuestra historia de Nación para atravesarlo. Vivenciar al capitalismo 4.0 y sus consecuencias como una amenaza abre el juego para pensar el proyecto de Estado y región que estamos buscamos.
Comprender que la tecnología tal como está propuesta profundiza la desfiguración de la construcción de un proyecto nacional es abrirle el paso a este nuevo desierto programado por propietarios, financistas, ingenieros, emprendedores y objetos conectados. Si quieren venir que vengan.
Todo lo logrado anteriormente, desde el reacondicionamiento de las condiciones de trabajo en las grandes industrias, los derechos de los trabajadores, las posibilidades de los consumidores y los derechos de los ciudadanos están corriendo el peligro de transformarse en una especie en extinción: todo aparenta ser más libre pero todo termina siendo más desigual. El rappitendero no es un obrero metalúrgico. El microemprendimiento de garaje en una casa en Belgrano no es una pyme del conurbano, y así, ad infinitum.
Un sol tecnológico mueve las cosas quietas
Las nuevas formas del capitalismo renuevan viejos debates y proponen nuevas aventuras. Una nación no puede planificarse ni improvisarse, es un plebiscito con el que despertamos todos los días.
La aparición de nuevas tecnologías y los regímenes de sociabilización que éstas proponen aparecen en nuestro país como un sol que mueve las sombras de viejas estatuas ya conocidas. En Argentina pasamos del medioevo a la modernidad en 30 años. Esta trágica, corta y veloz transformación es una de las características propias de la conformación, nunca completa, de nuestra idiosincrasia: somos una sociedad que construye más rápido de lo que piensa.
La pandemia y sus excepciones pusieron en jaque las piezas con las que pretendíamos vencer al futuro. En un país donde no hay un paraíso tecnológico comparable ni comprobable no se ha logrado leer a la tecnología por fuera de una perspectiva de los vencidos.
En el país de las industrias no competitivas y el campo siempre retrasado convive un nuevo fenómeno que la crisis desatada pone sobre la mesa: empresas tecnológicas que pueden crecer sin que la economía de un país lo haga. Si el capitalismo 2.0 se afirmaba sobre el valor agregado, el capitalismo 4.0 se afirma sobre la desaparición de la cadena de valor y de esa manera no hay campo ni industria que puedan competir sobre la avanzada de estos adanes tecnológicos, o se unen o los vencen.
En esa impotente alternancia entre el campo dolarizado y la industria trabajadora, corren el largo de casi doscientos años de historia, que no han podido sacar adelante a un país extraordinariamente dotado de sus crisis económicas y financieras recurrentes, de las desigualdades, el subdesarrollo y, sobretodo, de su condición de semicolonia europeizante.
El forjamiento del desarrollo de nuevas fuerzas productivas, la aparición de nuevas clases de trabajadores y las nuevas formas de vida que estas proponen, abren un parangón sobre este movimiento pendular que ha recorrido el largo de nuestra historia: si de la necesidad suele nacer la virtud, de las demandas del freelancer nacerán nuevos derechos y, si el Estado logra estar a la altura, de una gestión inteligente brotarán otros futuros posibles, es decir, un país a discutir.
Sherlock Holmes está perdido y el estado también:
Desde nuestra independencia hasta acá uno no puede hablar de Nación sin modernismo ni tampoco hablar de modernización sin rupturas y discontinuidades. Imaginarse el proceso de formación de la patria como un todo armonioso es el primer paso para borrar los lapsus de la historia.
El logro del capitalismo industrial y el Estado moderno fue vigilar produciendo (trabajadores, consumidores y ciudadanos); el logro del capitalismo de plataformas y el Estado neoliberal fue desdibujar todo los límites de este proceso. En un mundo de consumidores sin trabajos y ciudadanos desprotegidos, nadie sabe quién vigila a quién.
El Mercado vigila al que vigila, es decir, al Estado, no hay espacio para la negociación y los intereses contrapuestos, es decir, para la política. Las empresas saben más de los Estados que los Estados mismos, los derechos de las mayorías serán cada vez menos.
Las novelas detectivescas de Arthur Conan Doyle han dejado un gran legado: a todo Sherlock Holmes le llega su James Moriarty. Es decir, a todo gran detective le llega su gran criminal, a todo gran Estado le llega su gran empresariado.
Hasta el día de hoy, el desempeño de Alberto Fernández y su equipo ha sido, con todas las de perder, un gran seis con avances y retrocesos. El encuentro virtual vía videollamada de los caballeros de la noche argentina (CGT, AEA y sectores empresarios) marca la dirección de una agenda sin Estado. Si la sangre derramada será la de los trabajadores esenciales, los héroes de la patria se hundirán en esta crisis. Vicentín fue el caballo de batalla más precoz desde la vuelta de la democracia; habrá que buscar nuevos conflictos o los guionistas de la tragedia argentina nos sorprenderán con soluciones desconcertantes.
¿Por qué Patricia Bullrich usa Tik-Tok?
Hablar del capitalismo en su fase tecno-liberal es hablar de un desierto poblado. Las plataformas digitales se han dedicado en el último tiempo a homogeneizar el pensamiento, velando en su multiplicidad y proliferación de contenido su único objetivo: unificarnos en la derrota.
El complejo militar y el emprendedurismo tecnológico son dos caras de una misma moneda. Uno no puede pensar al FBI sin datos, uno puede comprender por qué les sirven.
Erigida como presidenta de la oposición, la ministra más sólida de la gestión Macri, representa en su ridículo una frontera en nuestro pensamiento popular. Al mismo tiempo que Macri causaba gracia y espanto con sus pasos de baile, se orquestaba la muerte de la alteridad apostando a un Ministerio de Seguridad regentista. Aparecía la cifra como garantía de su leyenda: todos hablan de mí, ella tiene las armas.
La subjetividad misma es el objeto de los algoritmos por venir, así la tecnología se presenta como una falla estética para la propuesta seria de la militancia partidaria. Reír del demente invoca una investidura suprasensible. Abordar el ciberespacio significa abandonar los esquema del salón literario y las universidades del sueño ilustrado, al menos, hasta encontrar un punto de diálogo.
El virtuosismo de la ultraderecha viene de la mano de su relación con el capital tecnológico. Mientras el capitalismo de la cerveza artesanal expande sus modos de vida, las políticas anacrónicas del campo popular no logran atacar el síntoma del fin del mundo: sobreliquidez del capital, startups, frelanceado y destrucción ambiental.
Estamos más cerca del sueño menemista de remontarnos a la estratósfera que del sueño de la democracia de educar, comer y sanar. La buenificación tecnológica fabrica una militancia extraviada. Sobre el estancamiento del mundo reviven los políticos-influencers: un absolutismo de parodia y un baile frente a una cámara que nadie puede explicar.
No se puede sostener una interpretación de lo digital basada en la materialidad analítica. La tecnología sin filosofía está ciega pero la filosofía sin tecnología está vacía.
El fin de la historia propuso una militancia que no aspire a tomar el Estado. Una militancia post-menem. El kirchnerismo buscó resolverlo generando sus propios conflictos. El albertismo parece un capitalismo de fronteras: menos batallas por más acuerdos, más presente por menos futuros. Una cadena de demandas y un exceso de simplificación garantizan una verdad: frente al avance del autoritarismo sigiloso, ese que cala hondo sin romper nada, el oficialismo deberá repetir como «unidad, unidad y unidad». Si el superministro Sergio Berni y la antropoministra Sabina Frederic mantienen su tensión sin patear el tablero habrá una batalla que podremos ganar, no es casualidad que la supuesta polarización ministerial se de en la materia de seguridad: somos pocos y nos conocemos mucho.
Que haya gobierno es sinónimo que haya una certeza. El descontento dirigido vía la liviandad de lo portátil generan una frialdad maquínica. Habrá que realizar una acción contra-cíclica para frenar la obscenidad, o la batalla fantasiosa de la libertad de expresión quedará absorbida por la sociedad del desconocimiento. Habrá que poblar el destierro o unirse al malón. Nadie votó al COVID19 ni aun quienes lo deseaban.
Leer a Halperín es enfrentarse a la épica y la fatuidad de los acontecimientos mitológicos que nublan la verdadera Historia. Volver al grado cero. Entender el poder como algo que se administra y abrazar el inestable equilibrio que fundó este proyecto llamado Argentina ubicado en América del Sur.
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