¿Por qué no mira a un costado de aquel mural?
Si las cadenas no son más una tibia ilusión,
solo sombras pueden sus ojos contemplar
y se abrirá su nuca en la sórdida hoguera.
Quizás deba mirar, la ventana se abrió
los brazos de vivas llamas lo alcanzarán.
El obediente póstigo es un collar letal.
No siente temor ni se arrodilla ni especula con escapar.
-¡No mirés al costado!- atrona el viril León
-¡Esa impulcra ventana es la perdición!
-No obedezcas…- susurra una voz.
Sobre sus pupilas esculpe un olvido vital.
La masa extraña y gris que se derrama
confirma una razón que se humedece como un cristal.
En tinieblas se agota la elección.
El sudor de las esposas ya doblegadas:
la endulcorada fragancia del óxido
conmemoran la derrota de los quebrados grilletes.
El salto del hombre resquebraja la pared
y se abre hacia un atormentador vacío.
-No obedezcas… – susurra una voz.
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