Historia colectiva. Parte XV: Antes y después - Historia colectiva Carlos estaba abatido. Necesitaba encontrarle la vuelta al asunto, pero él mismo sabía que no había solución alguna. Prendió el cuarto cigarrillo sin haber apagado bien el tercero. Las manos le temblaban, caminaba hacia su casa, pero no quería llegar. Su amigo estaba investigando algo que lo incriminaba, y conocía demasiado bien a […]

Historia colectiva

Carlos estaba abatido. Necesitaba encontrarle la vuelta al asunto, pero él mismo sabía que no había solución alguna. Prendió el cuarto cigarrillo sin haber apagado bien el tercero. Las manos le temblaban, caminaba hacia su casa, pero no quería llegar. Su amigo estaba investigando algo que lo incriminaba, y conocía demasiado bien a Ernesto, sabía que hasta no llegar al fondo, no dejaría el caso.

Comenzaron a caer unas molestas gotas de lluvia, el cielo se hacía escuchar entre truenos que anunciaban una tormenta. Después de doblar la esquina, ingresó al primer bar que encontró.

– Un cortado.

El mozo asintió con la cabeza, y volvió hacia la cocina. Carlos tomó una lapicera y empezó a escribir. Después de tachar, corregir y tirar varios papeles, logró armar una especie de carta informal. La desprolijidad en la letra, y los renglones imperfectos denotaban el nerviosismo del autor.

Miró hacia la ventana, no llovía. Mágicamente la tormenta había desaparecido. Levantose de la silla, y abandonó el lugar. Desesperado, comenzó a correr.

El mozo llegaba con el pedido a la mesa, y vio a través de la ventana como escapaba su cliente. Inmediatamente fue a ver a una mujer.

-Tome Dora, dentro de un par de días un periodista vendrá. Ernesto es su nombre, sólo tiene que darle esto – Carlos le entregó el escrito, que entre las corridas y apuradas era más un papel abollado que una carta – no conteste ninguna pregunta, y dígale que abandone lo que esta haciendo. Tres minutos después desapareció.

Ernesto estaba en su casa, con lágrimas de bronca y dolor por su amigo. No entendía qué pasaba, no comprendía por qué Carlos tuvo que suicidarse en vez de ayudarlo.


Amigo mio, cuando leas esto ya voy a estar muerto seguramente. Te pido que dejes de investigar, es algo muy serio, sólo viste la punta del iceberg. Hay una corporación mafiosa detrás de todo esto, de la cual están prendidos políticos, algunos policías y gente muy pesada… ya te tienen visto, saben quién sos y van a intentar matarte si no te dejas de joder. Volvé a lo que hacías, a lo de antes.
Sos un gran tipo, te quiero mucho
y no te arruines la vida como yo.
Un gran abrazo, Carlos.

El posillo de café estalló en varios pedazos, luego de besar el suelo. Ernesto sentía un dolor muy fuerte en el pecho. Pensaba que si hubiera sabido algo más antes quizá todo sería diferente, quizá Carlos estaría vivo.

Casi inconcientemente tomó el teléfono y se comunicó con un compañero de prensa.

– Daniel, ¿qué hacés?, te llamo por el suicidio del otro día, necesito saber quién es la mujer que atiene el burdel “Tentación”

– Eh, no se la verdad que no la conozco. Solamente tuve que ir ahí una vez, hace algunos años por lo de la mina esta que apareció muerta en el descampado que hay al lado.

– Sí, me acuerdo, pero fijate en los archivos, tiene que estar, si hubo que tomarle declaración y esas cosas…

– Uh, como rompés las pelotas, mirá la hora que es… ¿Puedo pasártelo mañana a primera hora?

– Dale, dale, pero movete. Averiguá todo lo que puedas.

Caminó hasta la pieza. Ya dentro de la cama no lograba dormir, pero tampoco tenía ganas de hacerlo; su cabeza hablaba, la conciencia lo volvía loco. Sentía que debía dejar todo, pero por otro lado se retrucaba diciendo que “aquello” que investigaba se llevó la vida de su mejor amigo, y que solamente por eso debía llegar al fondo del asunto.

Siete y diez de la mañana Ernesto terminaba de levantarse para salir a vivir. Una hora más tarde llegó a ‘La Coartada’. Los personajes eran los mismos de siempre. Parado en la puerta del bar, no caminó hasta su mesa habitual, sino que eligió una en la que había un bolso de mujer y un libro.

Sentado allí, “la vieja de los libros”, como Ernesto la llamaba, salía del baño.

– Disculpe Di Partine, pero aquí estoy sentada yo

– ¿Cómo sabe mi nombre, si nunca hemos hablado? – Ernesto ya se mostraba inquieto

– Aquí nos conocemos todos, usted ya sabe

El celular del periodista empezó a sonar. Del otro lado Daniel comenzaba a relatar lo que había conseguido.

– Mirá se llama Dora Esquivel, tiene 69 años y trabaja ahí desde hace más de treinta. Estuvo metida en varios quilombos con la cana, pero parece que tiene contactos o algo porque siempre quedó limpia.

– Sí, buenísimo. ¿Qué más?

-Tiene una hermana, de unos 54 años, Alicia, que también tuvo metida en algunas cosas con ella, pero se ve que es más viva porque nunca cayó presa. – Ernesto prestaba atención mientras la vieja de los libros lo miraba esperando que termine de hablar.

-Genial genial, muchas gracias. Un último favor, enviame esto por escrito a mi correo así no lo pierdo.

– Ok, nos vemos – Carlos terminaba de hablar con su compañero y volvía a poner la cabeza en el bar.

Se mojó los labios con la lengua, y se dispuso a tirar un tiro al cielo.

– Así que usted sabe perfectamente quién soy… no es así ¿Alicia Esquivel?

La señora se atragantó. Pálida e inmóvil empezó a mostrar un nerviosismo oculto hasta hacía más de diez minutos…

– ¿Co… cómo sabe mi nombre?

– Y vio como son las cosas, aquí nos conocemos todos.

Ernesto se levantó de la silla y se fue en busca de la señora del burdel.


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