Cuentos | Restos - Por Brusco Marechal

Un pedazo de hoja, veteado en el paso del tiempo, y un fragmento equívoco difícilmente legible, anotado con denodada caligrafía y cercenado por las grietas, abre el campo a la imaginación infinita acerca de las posibilidades que rodearon su acontecer; ese trozo único y pueril, se vuelve una inmensa enciclopedia, capaz de almacenar todos los libros que conoció la historia, y acaso sospechar, entre las argucias supuestas de la ficción, todos aquellos que alguna vez pudieron ser escritos. 


En las costas del río bravo se encontraron retazos de lo que pudo ser un libro.
«En este mundo de putas e idiotas, las rosas transpiran un fétido olor –decía un fragmento de rudimentaria prosa pero descarnada terrenidad–. Las almas grises buscan huellas donde no hubo pisadas y reclaman héroes de lo que nunca existió».

Los peritos que trabajaron en la detección de su génesis detallan que los extraviados textos, no demasiado antiguos, pertenecen a obras perdidas de Arquímedes García. Fundan sus sentencias, los sagaces analistas, en cuestiones de estilo y conveniencias particulares.

En el pueblo donde fueron hallados los huérfanos fragmentos se constituyó un gran negocio de apuestas al servicio de las desprovistas reliquias. Los insensibles mercaderes siembran dudas sobre el genuino autor de las dichosas frases, el momento en que fueron escritas o las intenciones que supo albergar.

El juglar Elvio Fellerman, renombrado concertista, jura que las mentadas frases pertenecen al registro del indecible Roberto Melaño. Afirma que una resignada gitana de un ignorado poblado se lo reveló por unos pocos pesos y algunos discos de vinilo. Según asegura el acrecentado señor, la siguiente frase es la prueba irrefutable de la autoría del abstruso escritor: «echado a dormir al abrigo de tus libros, cultivaste la esperanza dictada en un manual». La prosa de exagerado remilgo, definía el improvisado crítico, es la revelación misma de la presencia de Melaño detrás de aquellas retiradas páginas.

«Al parecer –sigue razonando el impropio Fellerman- Melaño por aquellos años estaba enfrentado con los Hombres de Buena Voluntad, un grupo de abnegados y torpes militantes de nobles causas, por lo cual apostaría lo desmesurado que a ellos van dirigidas las frases». Tan parvamente sofisticadas argumentaciones nos resultan hoy de desmedida candidez. En lo más brutal de los hechos, sólo se trata de unos perdidos recortes y vejadas palabras divorciadas de lo que pudo ser una creación. Esto último, o algo similar, sostienen los suspicaces y postulan que esa misma carencia de lo incompleto fue buscada por el autor, y con ella, la oportunidad de imaginar libremente las restantes partes. La peregrina obra hecha pedazos permite que cada quien la termine e imagine desenlaces a su antojo.

El autor fue un hombre generoso, sentencian lo más agradecidos. El dichoso libro no remite a la unicidad absoluta del libro más que cuando el lector lo posa en sus manos. ¡He allí su mejor creación!


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