El destino está allí, en cada nuevo paso. Una mujer múltiple se comprime en recuerdos oxidados, para luego hormiguearse como el mercurio. Ellas, que son y no al mismo tiempo, persiguen la salida del paisaje monocorde que las mantiene atrapadas. El cuerpo ya no resiste y se abre buscando refugio por fuera de su propio contorno, mientras pierde el equilibrio en la lucha por «salvar el alma» de los fantasmas que nunca duermen.
Ese viernes creo que me quedé corta con el abrigo y que tuve suerte ya que casi no esperé el colectivo. Está vez, teatro La Morada, recién cuando estaba subiendo los escalones comenzó a irse el frío de mi cuerpo.
Una vez allá arriba, sentada en un sillón en un rinconcito, comencé a observar en detalle varios pares de zapatos: taco alto, acharolados, gamuza, cuero, la mayoría extendía un brillito. Un poco más abajo de mis rodillas aparecían unas zapatillas de lona que también miraban ese encuentro de zapatos de lujo, y se sentían diferentes de aquellos. Me pareció que las alpargatas desgastadas que estaban a su lado sintieron algo similar. Más arriba varias copas con un poco de vino, es que este teatro tiene una manera peculiar para contener a los espectadores hasta que den sala, así que tuve que acércame a ese pequeño festín para robar un poco de uva y volver al sillón.
Con un gustito placentero esta vez entré a la sala en busca de un buen lugar. En escena ya estaban ellas: Mirna Pecoraro y Aimé Fehleisen y algunos objetos que me hicieron volver en el tiempo varios años atrás. El que más me llamó la atención –y fue uno de los protagonistas en mi expectación aquella noche– fue un espejo antiguo inmenso, en el fondo del espacio, con una rajadura en uno de sus extremos. Mi vista fue hacia allí, se corrió y volvió durante gran parte de la obra. Una imagen muy potente emanaba ese espejo, casi no veía mi reflejo, pero sí el de muchas personas mirando, mirando no sé qué, si bien todas aquellas miradas estaban dirigidas hacia un mismo frente creo que esa noche ninguno vio lo mismo.
Multiplicidad
¿Qué vi yo? ¿Cómo relatar aquello? Es que Agua de aljibe me llevó por diferentes lugares: vi, sentí, oí, pensé y me perdí por momentos en mis pensamientos como esos dos personajes que estaban en escena. Estos dos me invitaron a conocer qué pasaba por dentro de sus cabezas, con sus fantasmas, con su pasado, con su presente y por qué no con su futuro.
El texto era refinado y poético. Sí, confieso que me perdí algunas veces y mi atención viajó a otros lugares que me ofreció y lo seguirá haciendo por suerte el teatro, como los cuerpos de las actrices que atravesaron diferentes estados, sus voces que interrumpían el silencio sin titubear, sus miradas cargadas de intensidad, y ese gran espejo que no dejó tranquila mi vista y mis pensamientos.
Entre medio de todo lo que ocurría, una melodía majestuosa se ensamblaba en la escena y se esfumaba en la oscuridad. Aunque lamenté por momentos algún desperfecto técnico, ya que a mi lado estaban los parlantes y de a ratos no funcionaban del todo bien y contaminaban la delicadeza de esa armonía.
Ya casi finalizando la función apareció la tercera actriz, Ariana Daniela, quien terminó de rebosar mi incertidumbre frente a todo lo que estaba ocurriendo aquella noche. Creo que a varios espectadores nos ocurrió algo similar, ya que no percibimos que la obra había terminado. De pronto, un apagón que duró varios instantes, luego luz y un cuerpo parado en frente de nosotros no dejaba de mirarnos con una leve curva en la comisura sus labios, el espejo reflejaba su espalda y varias sombras, hasta que un par de tímidas manos comenzaron a chocarse, otros pares se animaron a hacer lo mismo y todo se transformó en un mismo aplauso.
Contacto
Ficha técnica
Actúan: Mirna Pecoraro, Aimé Fehleisen, Ariana Daniele
Dramaturgia y dirección: Ariana Daniele