En un mundillo subterráneo, que escapa de las luces de neón de la ciudad, cientos de cuerpos se agrupan frente a las tablas que portan personajes para confundirse con el magma del teatro auténtico. Más tarde, salen a la superficie con otro color en sus voces, invitando a los desconocidos a escaparse de las calles encandiladas para flotar, lejos del ruido de la metrópoli, en los atrevidos aires del drama y la comedia.
Quince minutos antes del horario estipulado para el comienzo de la obra, me encontraba atravesando la gran puerta transparente de Espacio Bravo. Enseguida me tropecé con una de las actrices de Hijos de Roche que tranquila recibía a los espectadores en boletería. Al lado, me esperaba una mesa ratona colmada de volantes de obras de teatro que están en cartelera octubre y noviembre (digo colmada y no exagero). Algunos señalan que estos meses son los más fuertes de la temporada de teatro independiente rosarino y de eso no me quedan dudas. Seguí luego mirando los cuadros que se encuentran en una de las paredes de la «sala de espera» y, aunque ya los había mirado alguna vez, esos cuerpos congelados en imágenes en blanco y negro me irradiaron cosas nuevas. Intenté sentarme unos segundos pero instantáneamente tuve que levantarme ya que dieron sala.
«Pero el amor, esa palabra…»
Antes de ingresar a la sala la obra ya había comenzado, a medida que me iba acercando escuchaba una música cada vez más fuerte y pude completar el cuadro al ver el espacio escénico y la luz focalizada en ella: Paula García Jurado, resignificando el papel de una mujer que podés ser vos, que puedo ser yo, que puede ser ella. De pronto la oscuridad me invadió y entró él… Francisco Fissolo, encarnando algo de un hombre, algo que podes tener vos, que puedo tener yo, que puede tener él. Aquí mi vista perdió total protagonismo, y mis otros sentidos debieron completar la obra que recién iniciaba. Se me erizaron algunas partes del cuerpo al oír la mezcla de golpes, llantos, gemidos que se gestaban en escena y llegaban con gran potencia a cada uno de los espectadores que se encontraban tan cerca y tan lejos de estos dos actores.
Sus cuerpos tensionados y sus palabras desesperadas pronto se fueron transformando y llegó el tema del amor; sonreí al oír un fragmento similar al del capítulo 93 de Rayuela y en ese momento repasé la frase con la que comienza: «Pero el amor, esa palabra…». La obra justamente está atravesada por el verbo amar, en el amor que vive, muere y renace en una pareja.
Dos cuerpos y algo más
Fue en el cuerpo de los actores y no sólo en el texto tan maravilloso, creado por Romina Mazzadi Arro, en donde vi el paso del amor al odio. Estos dos personajes iban y venían en ese territorio redondo y de manera casi inmediata pasaban de un lugar al otro. De la tensión y la bronca, a la simpatía y la ternura, de la violencia e impotencia a la suavidad y moderación, de la frialdad e indiferencia a la calidez y protección. No hacía falta que ella y él hablaran, podía percibir cada palabra que decían y callaban esos cuerpos.
Lo que vi aquella noche fueron escenas fragmentadas de esta pareja, en muchas oportunidades pude reconocer hechos cotidianos, y hasta logré identificarme. Sí, también llegué a reír incontables veces, pero a los minutos la risa se volvía amarga y unas cuantas ideas revoloteaban por mi cabeza.
Lo que más me encandiló de aquel acontecimiento fueron los cuerpos de ese hombre y esa mujer. En un comienzo, solos en un espacio frío. Luego solos, con una mesa y dos sillas. Necesitaron por momentos alguna luz o música de fondo, pero no más que eso (y mucho más que eso). Desnudos a lo esencial, despojados de elementos sobrantes, reducidos a lo primario, lograron llevarme a ese lugar, a otro lugar.
Contacto
Integrantes
Actúan: Paula García Jurado y Francisco Fissolo
Dramaturgia y Dirección: Romina Mazzadi Arro