El arte: un agujero negro

Verlo o palparlo no nos vuelve sensibles, tampoco nos resta la exaltación de los tejidos o el caliente soplido que sube por la laringe y se detiene en las fosas nasales: ese embotellamiento es una imposibilidad. Alcanzar a respirar no es nada más que imprimir una acción en algo que la prescinde. Clavar la faca en lo más profundo del cuerpo y acabar litros de semen terminan por impactar en un momento. En esa componenda, la actividad creativa, el impulso artístico, queda en cuestión, como el cuerpo dolido o extasiado.

«Las colinas del hambre», de Rosa Wernicke

Las páginas se suman unas a otras y hacen un libro, que se seca en un estante, se pierde en las memorias de los lectores, que continúan sus trayectorias sobre otras páginas. La historia, otra vez, pone esas páginas en presente. Se leen, y es la historia la que se modifica, cómplice de la ficción, verdugo de los olvidos. La novela de Rosa Wernicke aparece como un cúmulo de interrogantes, una pieza del pasado con la ventaja del presente.

Micro líneas III

Escribir es un acto trágico, enfrentarse a la muerte, o la vida, resurgir antes de perderse definitivamente, un último intento o una primera maniobra, una búsqueda insistente y desesperada, un consuelo siempre retardado, una infinita alegoría que alguno ingenió, que fue lista de víveres, enumeración de armas, seguimiento de bienes y, por fin, invención, cuerpo prolongado, materia viviente. Del texto hablamos, o de algunas de sus inmediaciones.

El Corán y el Termotanque – Página 69 – Espacio de Literatura y Artes