Julio Franchi en los acústicos del D7
Por Clara Catelli
Por Clara Catelli
El cuerpo desacostumbrado se embota en el ocio y con él los sentidos. En el titubeo del debo quedarme o debo irme (la mano imprecisa en el picaporte acusa el desasosiego de salir solo), caminar preparándose a que no pase nada extraordinario, que finalmente suceda, y que el contraste con lo que fuimos, apenas dos horas antes, nos patee la cabeza y dispare la creatividad para escribir lo que sigue.
Delante de lo que los ojos muestran aparecen baldosas nunca pisadas que esperan el peso de las suelas mientras prometen, al unísono, otras experiencias para alterar, desde el poder que el arte posee, las verdades que los sentidos acusan. El conocimiento, entonces, queda sujeto a la libertad y desde el oxímoron que la frase denota germinan nuevos recorridos para atravesar el ritmo del tiempo desde otra lógica y apuntar los renglones que siguen a continuación.
El pulso de la percusión anuncia que hay que moverse porque ellos, que son varios y uno solo al mismo tiempo, desatan una bocanada instrumental que altera la normal circulación sanguínea e invita al cuerpo a alegrar las penas. La música pasará tu piel y no hay alternativas, es el rocanrol de hoy.
Los colores mutan, pierden su esencia y en el enroque impoluto de la explosión, nuevas formas y figuras aparecen enlazadas en diferentes tonalidades que, expandidas por su propia fuerza, contagian a las sombras y los muebles que pueblan a los alrededores. La música aprovecha esas detonaciones y, como madre absoluta del arte, traza los circuitos que conducen a la belleza.
Texto: Malvina del Olmo | Fotografía: Dai Ana | Video Eva Wendel
Por Javier Galarza
Las células se agrupan para multiplicarse y revivir a un cuerpo inerte que, agobiado por la repetición inalterable de los sucesos, reclama un quiebre superador en el destino....
Texto por Ernesto David Sánchez
Texto por Ernesto David Sánchez